El afamado Enrique Pinti confiesa que en su casa no se hablaba de sexo. Y que recién a los 50 años contó cómo un sacerdote quiso abusar de él. Dice que antes no se animó por temor a que no le creyeran. Y que en su momento su defensa fue el humor.
¿Siempre quisiste ser actor?
Quería ser actor desde los cinco años. Hay gente que dice: “Estudié teatro para desinhibirme” o “Para ver si conseguía novia”. Hablo de actores importantes, como Darío Grandinetti y Hugo Arana. Y son maravillosos. En cambio, yo soy un enfermo… ya a los cinco rompía la paciencia diciendo, quiero hacer esto y no otra cosa. En la primaria, sentía odio por los chicos que actuaban en cine. Quería agarrarla a Shirley Temple y decirle que ese lugar era mío.
¿La familia tomó en serio tu vocación?
No. Pero era lo normal. Los chicos, a los siete, no decían que querían ser actores. A tus padres quizá les interesaba que participaras en algún acto escolar… Eso sí. Y odiaba eso porque nunca me seleccionaron para ningún acto. Ni de San Martín, ni de Belgrano. Lo hacía cualquier pelotudo… Un compañero, que estudiaba en el Teatro Infantil Labarden. Lo elegían siempre a él y, para mí, no sé si de envidia o qué, pero lo encontraba sobreactuado. Muy mamarracho. Era él y otros cuatro pelotudos los que actuaban siempre. Jamás me eligieron.
¿Cómo despegaste?
A los 15, dije: “Esto no lo voy a decir más. Me voy a anotar en algún teatro”, y buscaba en los diarios porque siempre se publicaban anuncios de inscripciones… el tema es que había que pagar alguna cuota, y mi papá decía: “Ni un peso”. Papá trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas.
¿Entonces?
Seguí investigando para ver dónde había algún lugar gratuito… el Instituto Labarden: lo tenía cerca de casa, pero estaba toda esa gente de mierda. En el ’55, tenía casi 15 años, y se estaba por abrir el Teatro San Martín, que era como el Mercado Central. Previo a eso, a comienzos de ese año, empezaron a querer formar un teatro de adolescentes para que trabajaran. La inscripción la hacía el Instituto Labarden. Fue así que me inscribí: no había que pagar matrícula ni nada. Entonces mis padres no pudieron oponerse. Iba al colegio a la mañana y a teatro por la tarde.
¿Querías ser actor cómico?
No especialmente. Sí había que hacer comedia. Y yo podía llegar hasta la comedia de Osvaldo Miranda, pero yo quería hacer a Francisco Petrone. Más adelante, Alcón. En una prueba de teatro, me di cuenta de que hacía reír. Las señoras me aplaudían. Es más, me dijeron: “Me ha hecho reír más con el drama que con la comedia”. Yo quería que me admitieran como integrante del elenco. Y lo hicieron. Pero vino la Revolución Libertadora y el teatro no abrió por dos o tres años. La idea del elenco adolescente se fue a la mierda. Entonces empecé a tumbear por el teatro independiente. Ya tenía 17 años, me anoté y entré al Teatro Sindical de Cámara, del sindicato de la alimentación. Mi papá finalmente aflojó.
Veo a un Pinti cómico, que sabe que puede serlo, pero también a un cuestionador que a veces está enojado o desesperado…
Yo era una persona superficial y coqueta. Lo único que quería era brillar en la marquesina. Quería era ser famoso, firmar autógrafos y hacer que la gente lo pasara bien. Cuando vi el valor social del teatro y que es una rama de la literatura y del arte, cambió todo… La primera obra en la que pude meter bocado fue en El burgués gentilhombre. Hacía de un profesor de filosofía. Ya había leído El misántropo y Tartufo. Ahí entendí del poder corrosivo y del miedo al poder.
¿Eras una persona con miedo?
Tengo miedo a todo: a la oscuridad, a lo que no conozco, a perderme en los aeropuertos. Tengo diabetes y tengo miedo de quedarme ciego o que me corten los dedos del pie. Mi único drama eran las dietas que tenía que hacer desde los 8.
¿Tus padres te imponían dietas?
Sí. Mi padre era gordito, pero no quería que yo lo fuera. Mi hermano mayor era divino: rubio y flaco; yo era la bestia negra. Me llevaron al Instituto de Nutrición para adelgazar, desde los 8 hasta los 14. Esa es la única frustración que tenía: no comer.
¿Hubo algo que disparara esos miedos terroríficos?
Es una cosa tan rara que no la puedo analizar ni comprender. Hay muchos abusos hacia los chicos… Un cura me quiso toquetear en el confesionario. Me dio risa. Tenía 9 años. Era tan feo el tipo y tenía un olor a transpiración que te volteaba… era pleno verano. En ese momento, yo era un boludo que todavía no sabía cómo se hacían los nenes. Es un episodio traumático y yo no me río de la gente a la que le pasó eso. El tipo era un cura que estuvo poco tiempo en la iglesia. No se le podía aguantar el aliento a oveja muerta. Los varones nos confesábamos en su falda. El confesionario tenía la ventanilla para las mujeres al costado. Los hombres abríamos la puertita y nos poníamos en la rodilla del cura. De terror la cosa. De repente me empezó a preguntar si tenía malos pensamientos. Y yo, boludo, le dije que sí porque, a veces, pensaba en comer. O que quería matar a mi mamá porque me escondía la comida. Yo pensé que me preguntaba sobre eso. Entonces me empezó a tocar el cinturón. Y yo tenía bien en claro qué era lo que él quería. Me di cuenta de que nada tenía que ver con su función de cura. Lo que más recuerdo es su olor a transpiración penetrando y el mal aliento.
Abusador y perverso.
Claro, muy perverso. Pero, por mi actitud, el tipo se dio cuenta de que no podía avanzar demasiado. Lo único que tuve en cuenta fue no volver nunca más las tres semanas en las que estuvo. Es decir, no fui más al confesionario.
Se creó la noción de peligro.
Claro, pero yo no le dije nada a nadie. No conté de este episodio hasta que tuve unos 50 años.
¿Vergüenza o miedo?
El miedo iba más por el lado de que no me fueran a creer. Yo lo cuento así y se iban a pensar que era un chiste. Antes estas cosas no se hablaban. Y cuando eso cambió, lo conté. Ahora la gente sabe que todo eso existe y existió.
Y también saben del peligro que corre un chico…
Exactamente. Yo era una persona de cero educación sexual. Mis compañeros de escuela decían “coger” y yo preguntaba “¿qué es eso?” Era un imbécil. Vivía en una nube. Realmente era mucho más fácil de pervertir.
¿Y tu hermano mayor no hablaba con vos de esas cosas?
No, en absoluto. Cuando yo metía la pata, todos se reían. Cuando tenía siete años, estaba la madrina de mi hermano por tener familia y llamó la madre, la tía Teresa. No había nadie en mi casa… Y yo siempre era el primero en responder el teléfono. Atendí y me dijo: “Decile a tu mamá que la cigüeña está por llegar”. Cuando le dije eso a mi mamá, ¡Se rió de una manera! Y yo la miraba como diciendo: “Estúpida, ¿no te das cuenta de que te estoy hablando en serio?”.
¿Por qué tus padres les trasmitían una educación tan arcaica?
¡No sé! Además, en otros aspectos, no eran tan cerrados. No se escandalizaron porque quería ser actor. Me llevaron a adelgazar y no decían que su hijo era gordito y estaba sano.
¿Ser gordito era una preocupación?
Sí. Ellos tenían miedo de que yo explotara. Nací con 4,6 kilos. Mi mamá me tuvo en mi casa, un parto infernal. Yo era una vaca… ¡Comía como un animal desde que era un bebé! Y a mis 8, me levantaba de noche a cortar queso. Me hacía el sonámbulo. Tenía hambre a las 3 de la mañana. Hasta que mi mamá me puso una palangana de agua fría en la cama –que yo no vi– y al meter las patas en el agua y decir “la puta madre”, porque ya puteaba desde chico, mi mamá me dijo: “Volvé a dormir, sonámbulo”.
¿Tu hermano era ingenuo también?
¡No! Era un Drácula. Murió en julio, a sus 84. El siempre, en enero, se iba de vacaciones a Brasil. Y en el 2014 tropezó a la entrada del hotel y se rompió la tibia y el peroné… la misma fractura que tuvo Mirtha Legrand. Lo operaron, pero no quiso caminar nunca más ni recibir a nadie en la casa. Vivía conmigo y había alguien que lo cuidaba. Le agarró un ataque de depresión que le duró más de dos años.
¿De qué trabajaba Ricardo?
De lo que podía. Le gustaba la high society. Era guapo. Mi familia cometió todos los errores con él. Mi papá había estado en el Ejército, y tenía el sueño de que su hijo mayor fuera militar.
¿Tenía muy depositados los ideales en Ricardo?
Sí. Me llevaba siete años. Yo era el bebé de la casa. Lo que no pudo ser mi padre, quería que lo fuera Ricardo. Lo metió en el Liceo Militar. Le agarró apendicitis. Lo operaron de urgencia. Después, escarlatina. Papá insistió y lo metió de nuevo. Y le agarró hepatitis.
¡Qué manera de hablar el cuerpo!
Sí. Y en el ’49 le dijeron que lo sacara. Los militares de esa época comentaban: “Acá queremos gente valiente, no gente que se cague. El día que haya una guerra, tenemos que mandar alguien que salga con un fusil. No un maricón”.
¿Ricardo era referente para vos?
No. A él mis padres lo obligaron a hacer un montón de cosas que a mí no, porque se dieron cuenta de que conmigo no obtendrían resultado. Ricardo se relacionó con gente de la diplomacia. Eso era lo que a él le gustaba.
¿Vos sos solitario?
Soy sociable. Tengo muchos amigos,pero se me han muerto. Por ejemplo, Juanito Belmonte, que era mi agente de prensa… lo conocía desde hacía 60 años y era como un hermano para mí. Gracias a él empecé a formar parte de la farándula. Quizás me conocían por mis trabajos independientes. ¡Hasta organizaba mis cumpleaños!
¿Algún vínculo afectivo amoroso particular?
Nunca tuve.
Nunca tuviste una pareja.
No, se dio así. Nunca me interesó en absoluto nadie. No lo sentí como una falta. Tampoco sentí que alguien tuviera esa intención conmigo. Nunca tuve la sensación de decir: “Fulana o fulano está perdido por mí”.
Es como si no te pudieras imaginar todo lo deseado y valorado que podés ser.
Me alcanza con el cariño y todo lo que la gente me da.
Pero, a lo mejor, un deseo o un atractivo presente.
Ah, sí. Debe no haber sido aprovechado. Es una falta de autoestima exterior: siempre fui muy dejado en la parte física.
Tiene que ver con el “gordito”. No te permitió registrar el deseo del otro: no porque no estuviera, sino porque había una dificultad de percibirlo.
Claro, y con un montón de cosas más. Para mí, la belleza tiene que ver con la belleza clásica.
Con la atracción de Hollywood.
Soy un cholulo de las actrices tetonas o de los actores musculosos. Valoro intelectualmente a la gente. Es divino, es simpático. Pero siempre profundicé en la apariencia.
¿Cómo vivís el éxito impresionante que tuviste? Con Salsa Criolla estuviste muchos años.
Fueron diez años con teatro lleno. Lo fui viviendo año a año. Nació porque tuve la formación del teatro independiente, de lo clásico y todo lo demás. Cuando me quise profesionalizar para poder vivir, las propuestas que había eran aterradoras porque con todas las pretensiones y con todo lo que yo creía que el teatro tenía que ser, no pasaba nada. Fue ahí cuando había explotado el café concert, y te daba la posibilidad de hacer lo que vos querías y dónde querías.
En un momento dijiste: “Basta de adolescencia. Tengo que ocuparme de mi subsistencia”. ¿Eso fue posterior a la muerte de tu papá?
Sí. Cuando se murió mi papá, a los 59 años, de un derrame… Me di cuenta de que se había terminado la soledad.
Te situaste distinto en el mundo, hubo una maduración.
Es que hay que hacer algo, y no va sólo por cobrar un sueldo para sobrevivir. En el ’73, cuando vuelve Perón, yo seguía haciendo Historias recogidas; después, volví a la frivolidad con Polvo de estrellas. En el ’76 fui al Maipo: hice Historias recogidas.
¿Qué gran deseo pendiente tenés?
Varios. Son artísticos porque, para lo demás, soy como una Miss Universo: paz mundial. Y yo de Miss Universo, no tengo nada. Quisiera que me dieran bola –como actor– para poder trabajar en una o en dos películas importantes.
¿Algún director que prefieras?
¡Miles! Desde Campanella, que es un maestro, hasta los más nuevos. No entiendo cómo los directores de comedia no me han llamado.
Decís: “A ver si logran romper con el estereotipo de Pinti”. No sos sólo quien se representa en Salsa Criolla sino que puedan ellos tener la elasticidad de hacer otras cosas…
¡Y que se apuren, porque se pasa el arroz!
fuente:LABRUJULA24