Argentina despliega sus oscilaciones sin pudor. Era el 30 de noviembre de 2017, en una escuelita de Lobos, hábitat por cierto del hornero, un Federico Sturzenegger henchido de orgullo develaba la imagen del nuevo billete de $1.000 de los argentinos, con un bello pajarito autóctono que pocos podrían identificar: el hornero.
Con su gestión en el Banco Central había quedado atrás la acérrima oposición de la administración de Cristina a convalidar la impresión de billetes de mayor denominación, aún cuando para 2014 $100 tenían, en relación a 15 años atrás, el poder de compra de $10.
Hasta ahí llegó Sturzenegger. Hasta los $ 1.000. Aunque antes lanzó nuevos billetes de $20 (guanaco), de $200 (ballena franca austral) y de $ 500 (yaguareté). No sólo se quebró así la resistencia a imprimir billetes de más denominación como admisión de la dinámica inflacionaria sino que se revolucionó, con el desembarco de la fauna autóctona nacional, la vieja tradición de los próceres del manual del colegio. Ahora, el siguiente paso, lo dará su sucesor, Miguel Pesce, con el billete de $ 5.000.
El ex gobernador mendocino, Rodolfo Gabrielli, hoy presidente de Casa de Moneda, está definiendo los detalles de la emisión con el titular del Banco Central. Y lo que sería además un regreso de los personajes destacados a los billetes. Si bien la emisión depende del Central en su calidad de autoridad monetaria, es la Casa de la Moneda la que se encarga de la impresión. Es la que tiene “la maquinita”.
Pero antes, ¿hace falta un billete de $5.000 en este momento? Varias razones indicarían que sí. Por empezar, las más cotidianas y tangibles: la erosión inflacionaria que deriva en menor poder adquisitivo del billete con el que antes se podía acceder a más bienes.
Juan Paolicchi, analista de Eco Go, lo pone en números: “con la inflación del Indec hasta marzo y suponiendo que la de abril da 1,1% un billete de $1000 hoy te permite comprar bienes por $400 o sea, perdió un 60% de su valor. Esto es consistente con una inflación acumulada del 150% o sea que el índice de precios se multiplicó 2,5 veces”.
¿Qué pasa si medimos su valor en dólares? El 1 de diciembre de 2017, cuando entró en circulación el billete de $1.000 valía US$56. Si tomamos las dos cotizaciones a las que es más fácil acceder para un ahorrista, el solidario ($90) y el blue ($120), hoy vale US$11 y US$8,3, respectivamente. Si tomáramos el dólar mayorista ($ 67), US$15.
Si hacemos el mismo cálculo con el de $5.000, valdría US$55 medido en términos del dólar solidario (recuperando el valor en dólares al momento de su lanzamiento) y casi US$42 según el mercado informal.
“La dinámica inflacionaria lleva a que en tiempos de pandemia la gente demande mucho más efectivo por una cuestión precautoria”, explica Paolicchi. “No sabe cuándo va a poder ir al banco, si va a poder salir. La gente prefiere quedarse con el efectivo en el bolsillo para enfrentar comprar futuras, entonces tiende a sacar cada vez más y más billetes y los bancos tienen que reponer cada vez más seguido y eso genera un costo no sólo para las entidades sino para la Casa de la Moneda que tiene que imprimir esa plata”, resume.
Ahora, volviendo a la maquinita, no es tan fácil seguirle el ritmo a Pesce. La Casa de la Moneda no tiene suficiente papel y debe importar, algo que no es nuevo. Pero sí lo es esta circunstancia excepcional de la pandemia en la que todos los países están embarcados en un tsunami de emisión monetaria y necesitan imprimir sus propios billetes.
Por ahora, según los últimos datos disponibles el grueso de las nuevas impresiones están concentradas en los billetes de $1.000 y salvo por los de $20, en la masa de billetes en circulación son los únicos que vienen aumentando su peso.
Los banqueros también están en las filas de los defensores de la idea, ya que el transporte de caudales es uno de los costos más importantes que deben afrontar. “Genera costos innecesarios en recursos humanos, que desvían la atención de tareas más productivas y aumenta el costo de transporte. Además se terminarían los problemas de faltante de dinero en los cajeros automáticos en feriados largos por ejemplo, ya que aumentaría la capacidad de carga y sin ningún costo adicional por parte de los bancos”.
La idea no es nueva. Pesce ya la había lanzado al aire a fines del año pasado causando revuelo por el costo que tendría renovar la familia íntegra de billetes. Pero lo que no es nueva tampoco es la idea del bolsillo empobrecido.