Soy de los que cree que matar a cualquier persona es un delito y que hay vida desde la concepción hasta la muerte. No hay ninguna cuestión religiosa en esta afirmación, como tampoco la hay en una ley que establece que es delito envenenar a la suegra. Decidir si se puede matar a una persona que nos molesta no es una cuestión religiosa, como tampoco debería serlo saber desde cuándo hay vida.
Hay una vieja discusión entre naturalistas y positivistas, las dos bibliotecas que rigen toda la filosofía del derecho. Los positivistas sostienen que lo que no está en las leyes no es derecho, por tanto si la ley no dice que sea delito asaltar un banco, podemos salir mañana a intentarlo que nadie nos detendrá. Los naturalistas sostienen, en cambio, que antes que las leyes humanas está la naturaleza, que tiene sus propias leyes y son inmutables. Los positivistas dicen que primero está el derecho y después la vida conforme a ese derecho, y los naturalistas que el derecho no es más que la reglamentación de la vida misma. La tierra no es redonda ni plana porque lo diga una ley, pero lo mismo ocurre con la vida y con tantas cosas humanas: no solemos matar a nuestros semejantes porque lo prohibe la ley sino porque está en nuestra naturaleza y la ley lo confirma penalizando el homicidio.
El positivismo jurídico cayó en una terrible contradicción el día que Alemania Nazi decidió aniquilar a los judíos y cometer otras atrocidades que fueron todas perfectamente legales. Fue por eso que en 1945 los juicios de Nuremberg tuvieron que acudir al derecho natural para juzgar a los criminales de guerra. Algo analógico sucedió con la llamada obediencia debida en nuestro país: si nunca hay que obedecer una orden o una ley injustas es porque hay una Ley por encima de la ley.
Según el derecho positivo, a partir de la ley sancionada en la madrugada del pasado 30 de diciembre, en la Argentina ahora se podrá matar a una persona entre la concepción y las catorce semanas de su existencia, mientras que para el derecho natural matar a una persona en el vientre materno sigue siendo un delito aunque no haya penas para los homicidas. La Argentina se suma así al conjunto de países en los que durante unas semanas del embarazo se puede abortar a una criatura voluntariamente, porque a la ley le parece que la vida empieza más o menos en la semana 14ª. En otros países empieza en la 12ª, o en la 22ª o en la 24ª, según las cuentas y las circunstancias legisladas por el derecho positivo de cada jurisdicción.
La conexión entre la religión y el aborto no se da por ninguna ley de las religiones. Es que para el cristianismo (también para el judaísmo, el Islam y supongo que para todas las religiones del mundo), las leyes de la naturaleza son leyes de Dios y por tanto el hombre no tiene ninguna autoridad ni posibilidad de cambiarlas y si lo hace es solo una ficción de la ley. Coinciden los que no tienen religión o no creen en Dios pero también sostienen que la naturaleza tiene sus propias leyes que los hombres no podemos cambiar. Aunque establezca lo contrario una ley, el sol seguirá saliendo todos los días por el oriente, los mangos no dejarán de caerse del árbol cuando estén maduros y la vida seguirá empezando en el momento de la concepción, ni un segundo antes ni uno después.
La sanción de una ley que permite interrumpir voluntariamente el embarazo –por ejemplo de niños con síndrome de Down– no se debe a la evolución o decadencia del cristianismo ni de la Iglesia Católica sino a la decadencia de los individuos que componen el género humano, cada vez más preocupados por el propio bienestar y por descartar lo que les molesta. En ese sentido la ley del aborto es un progreso que nos pone más cerca de los países donde el egoísmo está más avanzado y también entre los que establecen esta indignante desigualdad ante la ley.
(*)Por Gonzalo Peltzer
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