Evangelio (Mt 11,20-24)
En aquel tiempo se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
-¡Ay de ti, Corazín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. Sin embargo, os digo que en el día del Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras.
Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta los infiernos vas a descender! Porque si en Sodoma hubieran sido realizados los milagros que se han obrado en ti, perduraría hasta hoy. En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma será tratada con menos rigor que tú.
Comentario
Pocas veces las palabras de Jesús se encienden tanto como en este pasaje del evangelio. El Maestro reprocha a los habitantes de los lugares donde más tiempo había pasado. Betsaida era la patria de Felipe, Andrés y Pedro. En ella muchos milagros se habían cumplido y muchas palabras de vida eterna se habían escuchado.
Pero las palabras más duras del Señor están reservadas a Cafarnaún, la ciudad que fue su casa durante buena parte de su vida pública. Estas ciudades, amadas por Jesús y que tuvieron la gracia de presenciar a la misión del Redentor, no acababan de creer del todo, no se habían convertido completamente.
Jesús anuncia que si no se convierten tendrán un destino peor que las ciudades paganas de Tiro, Sidón y Sodoma, de las cuales en el Antiguo Testamento se profetizan castigos terribles.
Betsaida y Cafarnaún son imagen de nuestra existencia: pequeñas ciudades que Dios viene a visitar, haciendo de ellas su casa. Pero para recibir a Jesús no basta con ser visitados, tenemos que acoger y dejarnos cambiar por su presencia. En aquella época, como hoy, no basta contemplar las maravillas cumplidas por Dios en el mundo y en nuestra vida, es necesario ponerse en camino para vivir la nueva vida que ofrece Jesús, hacer del evangelio nuestra vida.
San Josemaría recordaba que si eso parece difícil, “la bondad de Dios nos quiere hacer fácil el camino. No rechacemos la invitación de Jesús, no le digamos que no, no nos hagamos sordos a su llamada: porque no existen excusas, no tenemos motivo para continuar pensando que no podemos” (Es Cristo que pasa n. 15).
Cuando llegue el juicio, aquí anunciado explícitamente por Jesús, queremos que el Señor nos diga: “Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor” (Mt 25,21).