Evangelio según San Lucas 1,39-45.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
Comentario
En el Evangelio de san Lucas, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación, por la simple razón de que así sucedieron las cosas en la realidad. Ciertos comentadores hacen notar que probablemente la Virgen María ha intuido en el saludo de San Gabriel una invitación a atender a su pariente Isabel. “Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes” (Lc 1, 36). Su explicación parece convincente, y en la decisión de María tenemos sin duda materia más que suficiente para meditar sobre el espíritu de servicio.
Sin embargo, no es esa la dirección que vamos a tomar en nuestro comentario. Más bien, nos vamos a fijar en el adverbio “deprisa”, traducción castellana de la expresión latina “cum festinatione”. ¿Por qué razón hacemos las cosas “deprisa”, es decir sin demora? La más poderosa es ciertamente el amor o el cariño. Cuando se quiere de veras a alguien, se hacen las cosas que se refieren a él “deprisa”, sin dejarse dominar por la pereza. En cambio, un amor o un cariño “tibios” invocan cualquier pretexto para retrasar todo lo que exige un esfuerzo.
En nuestra meditación, puede ser útil que nos pongamos en el lugar de la Virgen María, para entender así mejor su manera de actuar. ¿Qué acaba de suceder? San Gabriel le ha comunicado la noticia más asombrosa de toda la historia humana: que la Encarnación prometida por Dios y anunciada por los profetas va a realizarse, si ella está de acuerdo. Y al responder “fiat mihi”, “Verbum caro factum est”, el Verbo se hizo carne en sus entrañas purísimas. Si pensamos en nosotros ¿cuál es nuestra tendencia al enterarnos de una buena noticia, algo bueno que deseábamos desde hacía mucho tiempo? En general, aislarnos más o menos, para saborear a fondo lo que se nos ha dicho. ¿Qué hizo nuestra Madre?: “se levantó y marchó deprisa a la montaña” (Lc 1, 39).
“Marchar”, o sus sinónimos, es un verbo muy presente en la Santa Escritura, porque Dios en su bondad infinita nos pide a menudo que nos movamos, que “marchemos” aquí o allá, para servirle, para ser útiles en los cometidos que ha previsto en sus planes eternos y que nos da a conocer por el conducto reglamentario. En ese sentido, “instalarse” es el verbo opuesto a “marchar”. Por esta razón, la tendencia a instalarse, una cierta dificultad para superar la pereza, son signos bastante claros de la existencia en nosotros de la tibieza, al menos en algunos ámbitos de nuestra vida.
Para preparar bien la gran fiesta de Navidad, y para prepararnos nosotros mismos bien, sería bueno que en los días próximos pensásemos mucho en nuestra Madre del Cielo. Porque su amor y su celo son la antítesis de cualquier tibieza. Ésta consiste con frecuencia en seguir al Señor “de lejos”, como San Pedro en la noche del Jueves Santo (cfr. Mt 26, 58). En cambio, sabemos que en la Virgen María “Dominus tecum”, “el Señor está contigo”, no a distancia, ni lejos. Al mismo tiempo, el tibio tiene en general un gran vacío interior. En cambio, nuestra Madre es “gratia plena”, “llena de gracia”, sin lugar alguno para cualquier especie de vacío. Se compara también a la tibieza a un fuego que se está apagando, porque no se le alimenta bien. En cambio, el corazón de la Virgen está en llamas, con un amor de una fuerza impresionante. Por estas razones, y sin duda por muchas más, “se levantó y marchó deprisa a la montaña”, para servir y cumplir así la voluntad de Dios.
¿Qué propósito podríamos hacer en este cuarto domingo de Adviento, cuando sólo faltan algunos días para Navidad? Tratar de hacer las cosas previstas “deprisa”, “cum festinatione”, sobre todo el cumplimiento de nuestros deberes ordinarios, como muestra de nuestro amor a Dios y a los demás. Y si nos damos cuenta de que ciertas zonas de nuestra vida se han enfriado, pensemos en el punto siguiente de “Camino” (492): “El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza”.