Evangelio según San Marcos 9,41-50.
«Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible.
Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena.
Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena,
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Porque cada uno será salado por el fuego.
La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».
La carta de Santiago es un escrito de carácter exhortativo y moralizante. Entre otros aspectos, recoge el mensaje profético relativo a la preocupación por los pobres. En este pasaje emprende una diatriba contra los que se han enriquecido injustamente, y lo hace en la perspectiva del fin de los tiempos y del día del juicio.
Confrontar nuestra conducta con el juicio definitivo que ésta merece a los ojos de Dios es subrayar la seriedad de la vida humana, principalmente si tenemos en cuenta la novedad de la fe cristiana. En el Antiguo Testamento el día del juicio suele presentarse como un acontecimiento más bien severo, en el que los hombres rendirán cuentas ante un Dios que conoce perfectamente lo que hemos hecho, y salva a los justos, condenando a los culpables. Ya durante la historia el juicio de Dios se manifiesta en las desgracias que ocurren a los que se apartan de su voluntad y de su ley. Pero será particularmente solemne el juicio escatológico, el juicio final de Israel y de los demás pueblos. La conciencia del pecado de la humanidad hace temer el juicio definitivo de Dios.
En el Nuevo Testamento el juicio de Dios tiene lugar ya en la aceptación o el rechazo de Jesús: “el que crea se salvará, el que no crea será condenado” (Mc 16, 16). Esa aceptación o ese rechazo se manifiestan en las actitudes que se han adoptado con el prójimo, con quien Jesús se identifica (Mt 25, 40: “Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”). En esa perspectiva es en la que hay que juzgar del comportamiento humano. A ella se remite, en el fondo, la diatriba de Santiago contra el pecado de los ricos. El pecador siempre puede acogerse a la misericordia de Dios, de la que habla también abundantemente la Biblia; pero es cierto que persistir en la maldad es alejarse de esa misericordia.
¿Te atemoriza a ti el juicio de Dios? ¿Confías sinceramente en su misericordia? ¿Te motiva a enderezar tu conducta? ¿Porque te va juzgar o porque te quiere?
Exigencias del juicio de Jesús sobre el escándalo
Uno de los más grandes pecados de que habla el Evangelio es el escándalo. Pone en peligro el seguimiento que otros quieren vivir con Jesús, les hace dudar de su camino. Esto no se puede hacer impunemente; es demasiado grave. Jesús advierte de que el juicio de Dios sobre el que escandaliza será severo.
Esa es la razón de las exigencias tan duras que propone Jesús al que se siente tentado a escandalizar. Se trata de arrancar de raíz todo aquello que lleva a obrar así. Seguramente su propuesta tiene algo de metafórico: no hace falta cortarse ningún miembro ni sacarse ningún ojo, literalmente hablando. Pero sí hace falta cambiar profundamente el interior de cada uno: eliminar la voluntad de dominio (simbolizada por el poder de la mano, por la firmeza del pie), o erradicar la ambición egoísta (el ojo que espía a los demás, la mirada que los paraliza). En otras palabras, es necesario renunciar a someter a otros a los propios criterios o deseos, y hay que estar dispuestos a compartir con ellos los grandes valores de la vida y los mejores sueños para el porvenir de la humanidad.
Cuando te propones algo, ¿tienes en cuenta las consecuencias que puede tener para los demás lo que tú hagas? Ante una iniciativa que surge esperanzadora en torno tuyo, ¿estás dispuesto a sumarte a ella y aportar lo mejor de ti mismo, dejando en un segundo plano tus propios intereses?