”Las calles todavía no están en el GPS”, me advirtió Sebastián al pasarme su dirección. A un par de cuadras del barrio Amancay, está Colman, en Escobar y ahí mismo nos espera. ¿Cómo es el lugar? Algunas casas de material, otras casillas de madera, pozos negros como baños y postes de luz recién instalados.
Pala en mano, ahí está Sebastián. “Todavía me quedan muchas cosas de la casa por hacer”, cuenta mientras nos saluda. Este chico -como muchos otros- tuvo que sobreponerse a todas las adversidades imaginables. Cuando tenía 13 años, su padre lo bajó de la bicicleta y lo abandonó “porque pesaba mucho”. Se mudó con su hermana y luego con su pareja, a la que conoció en el secundario. “La pasamos feo”, agrega.
A un par de materias de terminar el secundario con el mejor promedio de la clase, encontró trabajo en la fundación Qué Reciclo. Allí necesitaban un ayudante para el taller de reparaciones. “En un principio me enseñaron a instalar Windows y hacía eso”, cuenta Sebastián en un tono tranquilo. Después aprendió a soldar placas y un poco de electrónica y con algunas partes que le dio la fundación se hizo su primera computadora.
Con esa primera máquina empezó a leer foros en inglés, mediante el traductor de Google, y desentrañó cómo tenía que hacer para minar criptomonedas. Aclaración técnica: para que las criptomonedas existan necesitan de computadoras que realicen operaciones matemáticas complejas. Al estar descentralizadas, uno puede alquilarle el servicio y contribuir a la red y así “minar”. Este servicio es retribuido también en criptomonedas.
Mientras aprendía cómo minar más y mejor, seguía con su trabajo en la fundación. Allí restauran equipos electrónicos que tienen alguna falla y luego los venden. Iba todo bien hasta que llegó la pandemia. Allí tuvo que vender parte de los equipos que usaba para el minado pero ya había hecho lo suficiente como para comprarse un terreno y una casilla.
Así fue como a fuerza de machete, limpió el terreno, puso su casilla aunque pronto tuvo que buscar una alternativa. Llovía adentro, se inundaba, y el frío entraba por todos lados. Trabajó el doble y con una ayuda de la fundación pudo comprarse materiales para hacerse él mismo la casa. Además, ya no estaba solo, recién había nacido su hija.
Sebastián es parte de la Argentina desigual, de la injusta y también de la que necesita de más personas como él que, con una pequeña ayuda, y con mucho esfuerzo, trabajo y constancia logró hackear su propio destino. Seguramente este sea el primer capítulo de muchos otros que vendrán. Ojalá esta historia sirva para que haya más sebastianes. /TN