
“¡Vamos, vamos, vamos! Aprovechá la contracción, ¡dale, dale dale!”. El obstetra da instrucciones y alienta en la misma oración. Jésica le hace caso. Se esfuerza, puja, le duele, grita. El médico vuelve a alentarla: viene la última de las contracciones que ella cronometra hace trece horas. Grita más fuerte, le dicen “ahí viene”, y apenas después se queda en silencio. Como Iván, su compañero, como las dos parteras que la asisten, como el médico. Todos en silencio para escuchar un grito agudo, espasmódico, que retumba contra los azulejos de la sala. Es Ángeles Dianela, que pesa 2,800 kilos y que se calma sólo cuando su mamá la recuesta sobre su pecho y le dice “hija” por primera vez. El aliento del obstetra, la contracción de la madre y el llanto vital del bebé son la banda sonora de los pasillos del Instituto de Ginecología y Obstetricia Nuestra Señora de las Mercedes, de San Miguel de Tucumán.