Artículo extraido del portal www.jorgeasisdigital.com – Por Jorge Asís
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
Transformar el crimen en accidente es el atributo habitual del sicario competente.
“Que parezca un accidente”, sostenía El Padrino, de Mario Puzo.
Pero transformar el accidente en crimen es un producto ostensible de la imaginación. Para especialistas exquisitos.
Equiparar la sobreactuación impresionista del crimen del Fiscal Alberto Nisman, con la muerte del financista declinante Aldo Ducler es, por lo menos, un precipitado exceso del lenguaje.
El ejercicio voluntario que oculta una expresión de deseo.
En su plenitud, Nisman estaba a punto de presentar una denuncia impactante, en la que sobreactuaba dramáticamente la indignación por el cambio geopolítico delirante. Dispuesto, en estricta reserva, por el Poder Ejecutivo. Pero avalado institucionalmente por el Poder Legislativo. Ahora se discute en el ámbito hegemónico del Poder Judicial.
La muerte de Ducler, en cambio, es la derivación de una descompostura cardiológica, transcurrida en Corrientes y San Martín. Sin siquiera el miserable susto de un “intento de asalto”.
Cesó Ducler en la ambulancia que lo trasladaba al Hospital Argerich. Resta aguardar la autopsia. Aunque siempre se puede desconfiar, con motivos lícitos, en la Argentina incrédula.
Lo que tienen forzadamente en común Nisman y Ducler es, apenas, la circunstancia de la denuncia.
A Nisman lo asesinaron antes de presentar la denuncia espectacular.
Y el pobre Ducler cesa dos días después de haberla presentado. En mesa de entradas de la Unidad Financiera. La peor manera de acentuar su declinación.
La denuncia de Ducler, también de alto impacto, sólo adquiere la trascendencia espectacular después de la última caída. En la calle.
El resto, hasta aquí, es ficción conjetural. Ideal para la inspiración de los apurados que pretendieron asociar el infarto del septuagenario con un “asesinato considerado como una de las bellas artes”. Como en el texto clásico de Thomas de Quincey, narrador inglés relativamente romántico, celebrado por Borges.
De todos modos, ninguna Asociación Ilícita que integre Alberto Fernández, El Poeta Impopular, puede tomarse con seriedad. Ni siquiera por aquel de Quincey.
El ex Premier de Kirchner hoy es jefe de campaña de Randazzo. Al decir de otro romántico bolchevique, Alberto es “claro como una lámpara/simple como un anillo” (Neruda, “Veinte poemas”).
La tragedia de los (fondos) desaparecidos
Lo importante, en el cese de Ducler, se impone por la condición de ser tratado como “el financista de Kirchner”. A quien alegaba no conocer.
Desde su cueva ambiciosa, Mercado Abierto, se lo consideraba como un protagonista esencial de la tragedia de “los (fondos) desaparecidos de Santa Cruz”.
A la atractiva estampita se le debe agregar la presunta condición de lavador de fondos espirituales del Cartel de Juárez. Y de simpatizante interesado, en su momento, en el proyecto presidencial de Palito Ortega, el ídolo más popular, que a los 75 años aún hace saltar a los melancólicos en las fiestas privadas, al ritmo de “La felicidad”.
El dato de Palito lo asocia a Ducler con Horacio Rodríguez Larreta, El Geniol. Al entonces pichón Sergio, hoy Titular de la Franja de Massa. Y al conglomerado de menemistas racionales que apoyaban a Ortega para acercarse, sobre todo, a su gran aliado, Domingo Cavallo, sin que se enojaran los menemistas duros del primer cordón.
Si a la estampita se le agrega la denuncia por la venta de YPF, con la garantía de los (fondos) desaparecidos, la Asociación Ilícita aludida ya adquiere un color superior. Aunque sea integrada también por La Doctora, ya embocada, referente primordial de innumerables asociaciones ilícitas hereditarias. Y Julio De Vido, El Pulpo, al que se procura, denodadamente, embocar.
Con la miniserie de Odebrecht, según nuestras fuentes, no alcanza para embocarlo al Pulpo (debe reconocerse, en todo caso, que De Vido supo “hacerla” bien).
Sería paradójico que, después de convivir con severas catástrofes judiciales, el Pulpo sea embocado como consecuencia de un infarto peatonal, transcurrido en la fealdad del micro-centro.
Ansioso, casi desesperado
Cuando se entrevistó con Ducler, en el Ex Hotel Caesar Park, el cronista creyó encontrar el camino más directo para esclarecer la tragedia de los (fondos) desaparecidos. Los cientos de millones de dólares que se habían esfumado por las canaletas financieras de las cuevas internacionales. Sin embargo, por entonces Ducler se encontraba en la etapa amablemente negadora. Aunque nadie le creyera.
Entregó copia de algún escrito testimonial, que tuvo seguro destino de canasto.
Demostraba que era un financista inofensivo. Una víctima que ya no podía desempeñarse, por las barbaridades que se habían escrito sobre su persona.
Dañaban su prestigio, laceraban su cotidianeidad.
Ducler se mostraba frontalmente golpeado. Castigado. Como cualquier emprendedor talentoso y fuerte, al que habían destruido con agravios. Aguardaba el epílogo favorable de alguna demanda que había entablado en Méjico, a los poderosos que lo habían ensuciado con el asunto del Cartel (no casualmente agregaba al paisano Slim, en la Asociación Ilícita).
Daba la impresión, a su pesar, de haberse convertido en un ansioso del montón, casi desesperado por recuperar migajas de comprensión. Entre los contactos importantes que paulatinamente se le alejaban. El pasado le pesaba con la prepotencia de un prontuario. Y decepcionaba, para colmo, al cronista que suponía haber encontrado la llave para esclarecer la mejor historia.
Invertir en el conocimiento
La breve indagación sobre el último tramo de su peripecia alude a la profundización de la actitud desesperada.
Para Ducler ya no tenía el menor sentido insistir en la postura de aquella negación amable. Ahora se disponía a hacer monedas con lo único que le quedaba. Sus conocimientos. Con el manejo informativo de la Argentina subterránea, oscura y sometida a las terribles conspiraciones.
Abandonaba la discreción, el código del secreto, la noción elitista de la reserva.
Sobre todo cuando se impone la última moda que baja de Brasil. El premio moral hacia los delatores. Para los rufianes que supieron ganar dinero con la confección de las irregularidades, ya deschavadas desde arriba. Son los que pueden ganar más dinero aún después, al contar las selectivas irregularidades. Apuntar a cualquier Arribas, para embocarlo, y salvar al que esté dispuesto a arriesgarse, con la generosidad de otro pago. Para cubrirse. Como si el mensaje fuera demasiado explícito.
“Si ponés no te nombro. Si no ponés, sí”.
Falta el De Quincey que sepa escribir el apriete. Considerado como otra de las bellas artes.
Pobre, Ducler no contaba con la vulgaridad del mareo. Con la ingratitud del desvanecimiento que podía sorprenderlo en cualquier esquina. El final podía llegar sin la urgencia premeditada de ningún sicario.
Después de todo, a nadie le importa el veredicto de la autopsia. Corresponde adherir a la idea del sicario. Compararlo con el patetismo estatal de Nisman. De ningún modo atribuirlo al declive del septuagenario decepcionado, casi desesperado, que descuidaba el arte de la cardiología.