Cuando hablamos de inversiones extranjeras como un activador de nuestro crecimiento, nos encontramos con una serie de prejuicios (inducidos por formadores de opinión interesados) alejados de la realidad. Realidad que muestra que la inversión extranjera, como se está configurando en nuestro país, es más un obstáculo que un facilitador del desarrollo.
La condición de existencia del capitalismo es la capacidad para acumular el excedente económico. Como una familia que lo que no gasta en consumo, lo ahorra acumulando para invertir en comprar una casa.
El cliché propalado por los formadores de opinión es que la inversión extranjera es un flujo de fondos que nos llega desde afuera y que sirve para aumentar la acumulación en nuestro territorio. Lo que derivará en adquisiciones de bienes y servicios, movimiento económico, y por ende en desarrollo. Como si el vecino nos pagara por alquilar una maceta de nuestro jardín para cultivar unas flores. Y cuando florezcan, cortara alguna para llevársela, mientras que para nosotros nos quedara el resto, lo cobrado por el alquiler, además de haber dinamizado nuestro jardín. Así, habremos acumulado.
Pero la inversión extranjera en argentina no funciona así. Se parece más a que el vecino por alquilar nuestra maceta se llevó también una cobertura para que lo indemnicemos en caso de helada. Y la facultad de uso de nuestra agua a corriente y herramientas de jardinería. Y el derecho al libre tránsito por nuestra casa. Y la obligación de nuestra familia de trabajar gratis en su emprendimiento. Y la cláusula de que le compremos artículos que él produce.
Cuando llegue las primavera, el vecino se llevará las flores, la maceta y la tierra. Y también nuestros ahorros. Además, sin darnos cuenta, habremos usado el jardín para la producción de flores decorativas para otros, cuando lo que nos hubiera convenido hacer era una huerta para alimentarnos nosotros. Encima, nos quedará el espacio verde degradado. Así, no habremos acumulado.
En la argentina en el año 2016, las inversiones extranjeras directas totalizaron una entrada de 2523 millones de dólares. Pero ese mismo año, las empresas transnacionales giraron al exterior utilidades por 2996 millones. Sacaron más de lo que trajeron. De toda la inversión extranjera, solo la cuarta parte fue directa ( es decir con un ánimo de permanencia en el territorio) mientras que la mitad lo fue en cartera (especulativa, golondrina). La fuga de capitales creció un 118% en total respecto al 2015, alcanzando los 14.662 millones de dólares.
O sea, en el jardín no nos quedaron ni los malvones.
Esta lógica continuada en el tiempo va moldeando la estructura productiva del país. En la actualidad, de las 500 empresas más grandes de argentina, 291 son transnacionales y 45 de capitales mixtos. Tal cúpula extranjerizada se desempeña en la extracción de energía y recursos naturales, o en oligopolios sin competencia que brindan servicios públicos o telecomunicaciones, o exportando productos agropecuarios de escaso componente tecnológico, o como proveedores de un Estado que es su cliente y protector a la vez.
Este complejo se lleva mucho más de lo que trae. Financia sus inversiones con el ahorro interno del país y se aprovecha de los créditos blandos y las exenciones impositivas promovidas por el Estado. A las utilidades obtenidas las reinvierten en bajísima proporción, migrando fronteras fuera a la mayoría. Esto lo hacen vía remisión de utilidades a sus casas matrices, o manipulando los precios de transferencia. Como la misma empresa atiende a los dos lados de la frontera , se exporta y se importa ella misma. Así, dibuja el precio que más le conviene para evadir al fisco.
La institucionalidad que consolida este régimen la forman desde leyes como la 21.382 de inversiones extranjeras, la 21.526 de entidades financieras (vigentes desde la dictadura cívico-militar) los Tratados Bilaterales de Inversión (vigentes desde los años 90), y las regulaciones actuales del Banco Central que liberan los flujos internacionales de capital y compra de divisas. En esta maraña, debe incluirse las costumbres y las creencias de los actores públicos y privados .
El caso Pepsico es un emergente más de este orden de cosas. Se trata de la segunda trasnacional a nivel global (solo superada por Unilever) en producción de alimentos y bebidas. Con una facturación anual de 60.000 millones de dólares (mayor al PBI de Uruguay), en Argentina ocupa el lugar 217 en el ranking local de empresas. Incrementando su facturación un 26.3% en el 2016 respecto al año anterior, sin embargo decidió cerrar una de sus plantas en Vicente López, Gran Buenos Aires, dejando sin trabajo a 600 empleados.
En nuestra lógica de Derechos Sociales, esto implicó la angustia de 600 familias que ven comprometida su supervivencia en condiciones dignas. En nuestra lógica de desarrollo económico, esto conlleva una caída de los ingresos que deprimirá el consumo y la actividad en la zona, como también las posibilidades de progreso tecnológico a través del perfeccionamiento de las prácticas productivas. Pero en la lógica de la trasnacional, esto es solo una planilla de cálculos donde se ahorra costos ya que ahora es más barato importar de otro país que producirlo acá. Con lo que Pepsico aumenta su lucro con el cierre.
Nos preguntamos a estas alturas en cuál de estas lógicas se paró el Estado argentino para intervenir. Si. En el de la lógica de la trasnacional. Así, los resortes estatales (incluidos los del uso de la violencia organizada) se pusieron al servicio de la empresa foránea. Era de esperarse. Somos formados desde hace muchos años en la cultura boba de la adulación al capital extranjero
Lo preocupante es cuando vemos a asalariados, profesionales independientes y pequeños comerciantes opinar con la lógica de la trasnacional. Una lógica que les amenaza sus derechos. Unos arguyen la necesidad de ” poner Orden”. No se preguntan quién creo ese “Orden”. Y para beneficio de quien fue creado. Otros apelan a que los echados cobraron sus indemnizaciones. Amnésicos de la experiencia histórica de los 90. Lo único que cambiará ahora es que, con lo recibido, no se comprarán un remiss sino que se adscribirán a Uber.
El mito de la inversión extranjera funciona como una máscara que esconde el sistema expoliador que hoy nos rige. La transnacionalización de nuestra economía nos constituye en un balde agujerado, donde el agua se escapa sin remedio sin que la podamos acumular. Que el ver este fluir constante hacia lagos que no son los nuestros nos sirva, al menos, para darnos un baño de realidad que nos despierte de una vez por todas de este sueño de dócil estulticia.
javier ortega
Doctor en Derecho Público y Economía de Gobierno
Docente Universidad Nacional de Avellaneda