Cuando uno entraba en el cuartel general de VICENTÍN en Avellaneda, llamaba la atención algo. Una gran trader cerealera como esa… con una tecnología de gestión de fines del siglo pasado. Daba la impresión que la empresa familiar había crecido de tamaño, pero a diferentes velocidades según la parte del cuerpo que se tratara. El resultado, la desproporción antropomórfica del adolescente, que lo hace torpe en los movimientos. Habría de pagarlo caro.
La pérfida ingeniería de desmaterializar al capital para que fluyera rápido y nunca sea hallado, era una práctica de la fase superior del capitalismo (la financiera) a la que VICENTÍN se había zambullido con fruición. Pero, para jugar en esa liga de sofisticada piratería de cuello blanco, se requería de algo más que la mera avaricia. Cuando uno se junta con hienas (que llevan décadas en el oficio de serlo) no basta la voracidad. Porque siempre existirá el riesgo de cambiar de rol, y en cualquier momento el nuevo amigo pasa a ser la presa. El recién llegado a la fiesta del filibusterismo financiero entra como el enriquecido reciente que se lo invita para conocerle primero… y traicionarle después.
Con un sistema contable noventoso, querer montar una estructura de sociedades fantasmas que escondan que los dueños eran siempre las mismas personas, se complejiza. Bastaba con soplar y caía la fachada de cartón, evidenciándose la realidad económica. Y ya se había soplado. Hoy, todo dependía de hasta cuándo podría resistir el Juez fingiendo ceguera y no declarar el evidente fraude. En el mientras tanto, las hienas de GLENCORE canibalizan a su reciente socio, hincándoles sus traperas dentelladas en su corazón: RENOVA.
– Tengo una pregunta… ¿Nunca se dieron cuenta de que los estaban metiendo en una deuda que no podrían pagar?
– No. Realmente no. Ese 4 de diciembre del año pasado recién tuvimos la amarga noticia de que caímos en cesación de pagos. Nos agarró de sorpresa.
– Perdone, pero es difícil de creer…
– Es que acá, dentro de los socios, hay un grupo que hace años tomó el control de la empresa en los hechos. Y se manejaban como una banda cerrada. No daban las explicaciones que, tampoco, nadie les pedía. Como pagaban dividendos al resto de los socios, cada uno cobraba su cheque y se iban tranquilos sin hacer preguntas. Era más cómodo no saber…
La comodidad del no enterarse hoy se paga con la desesperación de enterarte mañana de que ya es demasiado tarde para enterarte. Le sorprendió la sinceridad con que, en pleno allanamiento, esa socia de la empresa, nieta cuarentona del viejo fundador del emporio, le hablaba. Si los delitos de fraude admitieran las formas culposas, ella también estaría en problemas. Pero como lo que se castiga es la mala intención, no había indicios para pensar que ella la tuvo en los negociados de VICENTÍN. Sobre todo, porque era también víctima de ellos. Aunque nadie puede sentirse seguro. Las investigaciones penales pegan primero y preguntan después. Como ignorando todo esto, ella, en medio del operativo policial, ayudaba con indisimulable vergüenza a ordenar la copiosa documentación que se estaba secuestrando. Los tiburones de la empresa, esos que si fueron los responsables del desfalco, habían faltado ese día. En planificada casualidad.
En plena medida judicial, ella se dio tiempo para recogerse el pelo con inverosímil coquetería. Su torneada delgadez era producto tanto de la genética como de una disciplinada rutina de ejercicios. En partes iguales. El subcomisario la miró, notando como sugestivamente se le curvaba el sweater en el pecho. Y pensó que, si la hubiera conocido en otras circunstancias…tampoco hubiera tenido chances. Había una cuestión identitaria de clase muy fuerte allí. Cuestión que la empujaba a ella, a sabiendas de que había sido parte de un sistema defraudatorio, a inmolarse por él. Por el solo hecho de que eran los de su clase los que habían defraudado. Porque del otro lado, estaba la chusma del Estado. En la misa del domingo habría ocasión para las expiaciones que correspondieran. De momento, hay que defender los privilegios. Aun cuando los disfrutaron otros y no ella. Pero si esos otros eran de su clase, todo estaba justificado.
Mientras acomodaba las carpetas en las cajas de cartón que se llevaría la policía, ella recordó una charla reciente que tuvo con un primo que se había ido hace diez años de la empresa, harto de los manejos turbios que todos los socios intuían, pero que ninguno enfrentó.
-En los últimos años, VICENTÍN pasó a ser de media docena de sociedades, a casi cuarenta. Algunas en España, Paraguay, Uruguay, Brasil…
– Bueno, era expansión…
– ¡Que expansión! ¡Son cáscaras! Parece que tiene una en las Islas Vírgenes Británicas también, que es un punto del triángulo de las Bermudas. Por eso se les debe haber desaparecido el último balance…
-Es que…
– …la red de sociedades la hicieron para esconder el patrimonio, evadir impuestos, fugar la guita… VICENTÍN Paraguay no tiene ni cinco empleados en Asunción y es una esas sociedades paraguayas que exportan más soja de la que el Paraguay puede producir…
– Si, si, ya se, todo el tiempo escucho esos comentarios…
-Y no entiendo como entonces no hicieron nada. Vos sabes porque yo me fui de la empresa…No quería que me pase lo que le está pasando a Ustedes ahora…
– Yo creo que podemos salvar a la empresa todavía…
-Mirá, no es el momento, ni la ocasión…y ni siquiera soy yo la persona que te lo tiene que decir. Algunos del directorio de VICENTÍN creen que, porque lo tienen controlado al Juez del concurso en Reconquista, también tienen controlada la situación. Y no es así. Están tapando con argamasa solo uno de los tantos agujeros que tiene el Titanic. ¿Cuánto puede durar?
– Yo no tengo idea del juicio…
-Es que deberías tenerla. Vos y el centenar de socios que tiene VICENTÍN. Y no del juicio. De los juicios. Plural. Acá hay sumarios penales en la justicia provincial, en la justicia federal de Reconquista, en Comodoro Py, en Paraguay y hasta en los tribunales del Distrito Sur de Nueva York…
– (…)
– ¿Sabes qué pasa? Que como vienen las cosas, parece que el “hacer tiempo” es negocio para el directorio VICENTÍN. Pero en realidad, el negocio no lo hace tu empresa. Lo hace GLENCORE que, conforme pasan los días, se va consolidando como la dueña real de RENOVA, que es la planta fabril que todos quieren.
– No sé. También tenemos AVELLANEDA y RICARDONE…
-¿Vos lo hablaste a este tema con alguien confiable?
– Si, con el contador de mi familia, no de la empresa…
-¿Y qué te dijo?
-Que AVELLANEDA es una planta antieconómica, que está muy al norte y da a una parte del rio que no tiene buen calado para los barcos. Y que RICARDONE… tampoco da directamente al Paraná, por lo que tenés que pagar flete para despachar la carga. Además de que produce aceite envasado para el mercado doméstico, cuando todos están interesados en la exportación de aceite a granel…
– ¿Y entonces…?
-Que se yo…está el apellido del abuelo, noventa años de historia….
-Apellido y noventa años que no van a impedir que cuando VICENTÍN caiga en la quiebra, desguacen AVELLANEDA y RICARDONE dejando a la gente en la calle. Hasta tu familia y todos tus parientes también. Que yo sepa viven acá y no en Rosario ni en San Lorenzo. Porque lo único que sobrevivirá es RENOVA, pero ahí ya copó a banca GLENCORE. VICENTÍN está fuera. Y además…
Abruptamente corto lo que estaba por decir. Parecía que era algo ofensivo que decidió callar a último momento. Pero ella quería saber. Así que inquirió…
– ¿Además que?
– Lo penal prima, lo penal. ¿No lo pensaron los socios? ¿No tienen miedo de quedar pegados e ir en cana?
Ayudó a cerrar la última de las doce cajas con documentación. “¿Quién se tomara el trabajo de revisar este bodoque?” se esperanzó. En tanto, por teléfono, el subcomisario hablaba con uno de los fiscales de Buenos Aires. Éste le pedía que asegure la documentación, y que busque todo elemento que sirva de prueba de que hubo delito de vaciamiento de empresa, de fraude a los acreedores y de falseamiento de balances. Quizá lavado de activos. “Si doctor” contestó el subcomisario, sin tener idea de lo que le estaban hablando. Lo único que le interesaba era dar la novedad que ya había cumplido con la manda judicial… y que lo dejaran tranquilo. Había estado todo el día revolviendo papeles en la empresa, y quería irse de una vez por todas a su casa.
Cuando las cajas estuvieron cargadas en el móvil policial, el subcomisario se volvió y saludó a la socia nieta. Le pidió el teléfono para estar en contacto por cualquier novedad. Ella le dio el de la sede de la empresa. No su celular. Era como lo había supuesto. No tenía chances con ella.
Por esos momentos, la bolsa de Rosario publicaba un nuevo boletín con los datos de exportaciones de granos, harinas y aceites en el país. En paralelo con crisis de VICENTÍN, una empresa había duplicado su capacidad exportadora. Se trataba de GLENCORE.
[1] Por Víctor Aguilar, Master en Desarrollo Económico, Ex docente de posgrado en concursos. El autor aclara que los personajes y los diálogos son ficticios. Los hechos, no