Mil veces le había dicho que sea cuidadoso. Estómago resfriado. Pero no, no podía con su genio. Y no contento con decir las palabras que había escuchado (pero que no debía repetir) ahora, su compañero de navegación, mostraba las imágenes que había fotografiado…pero que no debía que subir. Subir al facebook. Allí, en la red social, todos aparecían sonrientes, pasándosela bien, amuchados, sin distanciamiento social ni barbijo. Y como de vacaciones en ese barco, en ese rio. Estando él de licencia por enfermedad. Con el juzgado cerrado. Por ende, con la causa convenientemente frenada. Confiaba, eso sí, en la eterna dispensa de los medios cómplices que, seguro, iban a pasar por alto la cuestión. Claro. El poder (tanto de la comarca como el transnacional) necesitaban que el siga siendo el juez del concurso. Nadie garantizaría tanta permisividad para con las excusas de la empresa concursada. Ni tan nula receptividad para con los reclamos del Estado. Pero…acaso ese poder que lo sostenía hoy, ¿no podría sacrificarlo a él también mañana?
En algún momento, el Juez se imaginó como el héroe del pueblo. Él, solo, le puso el parate al comunismo chavista que había pretendido llevarse puesto a la sacrosanta propiedad privada allí, en el lugar que lo vio crecer. Pero estaba él para impedirlo. Sentía que conseguía el reconocimiento de esos círculos sociales a los que él siempre había querido pertenecer. Las amigas de su esposa lo felicitaban por su valentía cuando estaban tomando el té en su casa. Sus amigos (el navegante subidor de fotos incluido) hacían otro tanto. Los que se lo cruzaban por la calle a él, el Juez que se había cargado al gobierno nacional, lo saludaban con un “vamos” y puño cerrado. Como el hincha que celebra un gol, sin importarle que haya sido en off side. Ni con la mano. Todo se vale al momento de vencer (como sea) al populismo que no respeta el mérito de quien edificó una gran empresa. Y a quienes la hacen crecer. Qué importa que haya sido a expensas de clavar a cuanto chacarero incauto les entregó sus granos al fiado. O de timar al banco público más grande. Al fin y al cabo, eran las reglas del juego. En todo caso, quienes habían fraguado el desfalco eran empresarios respetables, y no la chusma de los políticos. Para los últimos la horca. Para los primeros, la comprensión.
Pero las cosas no estaban yendo bien. ¿Hasta cuándo se iba a poder seguir barriendo debajo de la alfombra toda la evidencia que le llegaba al juzgado? Se sentía cada día más rodeado. En Estados Unidos, un discovery e imputaciones por crimen organizado. Más cerca, una causa penal en el Comodoro Py porteño, con la Unidad de Información Financiera detrás. Más cerca aún, en Rosario, otra causa penal por defraudación. Más cerca todavía, en el vecino Juzgado Federal de su ciudad, dos causas penales por evasión tributaria y lavado de activos. El cerco se estrechaba. Temió que, cuando ya no se pudiera sostener más la situación, el poder judicial, pletórico en gerontes defensores de esa independencia que ellos (a consciencia) nunca ejercían, le soltarían prolijamente la mano. Todos te acompañan. Pero solo hasta este lado de la ruta 11, decían por allá. Miró su escritorio. Una copia de un pedido de jury en su contra. Algo desestimable, por ahora. Pero… ¿Y si se repetía? Un cienpiés de heladas patas le recorrió la espalda. El stress financiero de la concursada le causó un pico de stress nervioso a él. El juzgado entraba en receso.
Para colmos, acababa de trascender el escándalo de las filtraciones de la Financial Crimes Enforcement Network (FinCen), una agencia del gobierno estadounidense encargada de detectar manejos sospechosos de dinero ilícito y blanqueo de capitales. Dentro de los tráficos descubiertos, saltaron transacciones entre la empresa concursada y Glencore. Si, Glencore. La misma transnacional de las alquimias infectas en Nigeria, Congo y Venezuela que, ahora, entre banderazos en nombre de la patria y el honestismo, se estaba quedando con los activos de la empresa concursada sin poner un peso. Y con el Juez como pasivo espectador. Palco VIP.
Quien había dado la noticia era el consorcio internacional de periodistas de investigación, cuya pata argentina era el diario más conservador, pro-colonial y anti-popular del país. Era tragicómico. Años atrás, el batifondo de los Panamá Papers (también revelado por el consorcio internacional de periodistas) involucró al gobierno que ese diario rabiosamente apoyaba. Ahora, en el affaire FinCen, quedaban reveladas las maniobras turbias de ese núcleo empresario transnacional que el mismo diario encubría. El director del periódico debería pensárselo de nuevo. La materia prima que le daba el consorcio era inepta para montar los circos amarillistas con que el matutino gustaba de arrojarles a sus enemigos. Periodismo de guerra.
En pocos días la empresa concursada iba a designar un nuevo directorio para sustituir al dream team que la había hecho caer en cesación de pagos, ensartando en el camino a agricultores, banca pública, proveedores, prestamistas varios y a algunos socios. Se aguardaba un artificio gatopardista. Porque el poder no suele cederse. Menos cuando el que viene debería investigar al que se va.
En el mientras tanto (y entre bambalinas) Glencore y sus amigos de la banca transnacional perfeccionaban nuevo ardid. Un fideicomiso que implicaba, en los hechos, la liquidación (al margen de la ley de concursos y quiebras) de la empresa concursada. Los pedazos buenos que quedarían al día después del desguace, los seguiría conservando Glencore. Quien en los hechos ya los tenía. La transnacional anglo-suiza hacía la puesta en escena de renovar…para quedarse con RENOVA.
1] Por Víctor Aguilar, Master en Desarrollo Económico, Ex docente de posgrado en concursos. El autor aclara que los personajes y los diálogos son ficticios. Los hechos, no.