Evangelio según San Lucas 11,37-41.
El fariseo se extrañó de que no se lavara antes de comer.
Pero el Señor le dijo: “¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia.
¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro?
Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro.
Comentario
Aquel fariseo debió de quedar maravillado de las enseñanzas que acababa de escuchar y tuvo la audacia de invitar a comer a Jesús, quien no pudo decir que no ante la insistente súplica. Debió de entablarse tal confianza entre los dos que Jesús rompió el habitual protocolo de la purificación de sus manos, pues, como él ya había dicho a algunos fariseos y escribas, “comer sin lavarse las manos, no hace impuro al hombre” (Mateo 15,20). Pero ese pequeño detalle escandalizó al fariseo: aquella sincera admiración ante el maestro por la grandeza de su doctrina se mutó repentinamente en severa crítica a causa de una minucia. A continuación viene el reproche de Jesús, con palabras que hacen resonar aquel oráculo del Señor, pronunciado por el profeta: “Aunque te laves con sosa y derroches lejía, la mancha de tu culpa queda en mi presencia” (Jeremías 2,22).
¡Cuántas veces Jesús se indigna ante la hipocresía, esa falta de coherencia en la conducta del hombre! Sobre todo, cuando hay mucho empeño en cuidar las apariencias descuidando la vida interior. Esa incoherencia es una ruptura de la unidad de la persona humana, una especie de esquizofrenia, pues “quien hizo lo de fuera hizo también lo de dentro”. ¿Qué sentido tiene mantener limpia solo por fuera una vasija? Nadie querría beber o comer de ella, por muy limpia que estuviera por fuera. Sería una vasija totalmente inútil para el fin con que la construyó el alfarero. Jesús toma esa imagen para prevenirnos de un terrible peligro: que en una misma persona conviva la maldad de corazón con una bondad que sea mera apariencia.
Dios es quien nos ha hecho por dentro y por fuera, y Él quiere vivir dentro de nosotros, de modo que nuestro actuar sea reflejo de esa vida interior. Solo del fondo de un corazón puro pueden salir obras buenas, y entre ellas destaca la limosna, que “libra de la muerte y purifica de todo pecado” (Tobías 12,9). Hacemos nuestras las palabras del salmista: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva en mi interior un espíritu firme” (Salmo 51,12).