Evangelio según San Lucas 15,1-10.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola:
“Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,
y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”.
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido”.
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.
Una de las cosas que más llaman la atención en el caminar de Jesús es que ninguno de aquellos que eran considerados pecadores se sentía rechazado por Nuestro Señor. Lucas lo expresa así: «Se le acercaban todos los publicanos y pecadores». Para todos tenía palabras, un corazón acogedor y misericordia, a todos ellos los animaba a tomarse en serio su relación con Dios, porque la acogida y la misericordia no cierran los ojos a la necesidad de rechazar el pecado y obrar el bien. Una acogida que era, al mismo tiempo, entrega: «Dios demuestra su amor hacia nosotros porque, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8). Es la renovación del amor primero: «Nosotros amamos, porque Él nos amó primero» (1Jn 4,19).
Aquellos publicanos y pecadores se supieron buscados y llamados por Jesús. Ora así Nuestro Señor: «Cuando estaba con ellos yo los guardaba en tu nombre. He guardado a los que me diste» (Jn 17,12). Y lo hizo como el pastor que sale a buscar a las ovejas: porque el Padre nos ha puesto en sus manos, porque sabe a qué estamos llamados y nos ama con amor divino, porque quiere que nadie se pierda. Ese mismo amor es el que nos pide cuando nos nombra emisarios suyos: «Los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar» (Lc 10,1). Jesús quiere que quienes le sigan compartan su mismo corazón.
Los ejemplos que pone el Señor son un desafío a la lógica humana. No es fácil que un pastor abandone a todo un rebaño para buscar una sola oveja si hay riesgo para las otras. Pero Jesús Buen Pastor lo hace: esa es la realidad de su preocupación por todos y cada uno. Y su empeño por atraernos al Padre es como el de una mujer que ha extraviado el sustento diario de su familia: su esfuerzo de búsqueda es proporcional al amor por los suyos. Jesús nos anima a crecer en amor verdadero por nuestro prójimo, amor también por su vida eterna. Ese amor dará como fruto oración, inventiva y empeño por ayudarnos mutuamente a identificar lo que nos aleja de Dios y a crecer en deseos de tener un corazón limpio.