Evangelio según San Lucas 5,17-26.
Llegaron entonces unas personas transportando a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para llevarlo ante Jesús.
Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús.
Al ver su fe, Jesús le dijo: “Hombre, tus pecados te son perdonados”.
Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: “¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”.
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: “¿Qué es lo que están pensando?
¿Qué es más fácil decir: ‘Tus pecados están perdonados’, o ‘Levántate y camina’?.
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa”.
Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios.
Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: “Hoy hemos visto cosas maravillosas”.
Justo de después de haber leído en la sinagoga de Nazaret ese texto de Isaías que habla de la redención de los cautivos, la curación de los ciegos y la liberación de los oprimidos (Is 61,1-2), auténtico programa de su propio ministerio, el Señor comienza a realizar curaciones.
En el evangelio de la misa de hoy leemos estas palabras: la fuerza del Señor le impulsaba a curar. Todo en Jesús es vida, y de esa plenitud está deseando hacernos partícipes. El Señor no se queda indiferente ante la ausencia de vida, ya sea física, ya sea espiritual. Y nos invita una y otra vez a compartir ese mismo sentir.
Ese halo de vida atrae a numerosas personas que buscan ser curadas. Se trata ahora de un paralítico, al que traen en camilla. Pero los hombres que lo traen no se conforman con acercarse todo lo que pueden. No. Quieren poner al enfermo ante Cristo. Ante su rostro. Al alcance de sus manos. Y no escatiman esfuerzos para poder hacerlo.
También su ejemplo llama a nuestro corazón y nos instruye. Todo estamos ante Dios, nada nuestro le permanece oculto. Pero hay entre Él y nosotros una especie de cortina o velo que somos invitados a descorrer. Y eso lo hacemos buscándole, encontrándole y amándole. Con fe en su Presencia transformadora.
Ante las enfermedades, lo que Jesús otorga es la semilla de la salud de toda la persona. Jesús abre la puerta a la vida eterna. Lo único que nos impide atravesarla es el pecado, pecado que nos tiene esclavos y que hasta puede llegar a hacernos no desear el cielo.
San Pablo nos diría que en el origen de toda enfermedad del cuerpo está la muerte que entró en el mundo cuando Adán le abrió su corazón. Esa muerte se quiere afincar en nosotros. Y de esa enfermedad es de la que en primer lugar debemos curarnos.
Porque sanos en el espíritu nos haremos acreedores de la transformación de nuestro cuerpo mortal en glorioso. Toda carencia física de ahora es pasajera. Y aunque desear suplirla es una cosa buena, Jesús nos dice que solo un corazón limpio de pecado es garantía de una existencia eterna sin carencias.