Cuando los enviados de Juan partieron, Jesús comenzó a hablar de él a la multitud, diciendo: “¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que llevan suntuosas vestiduras y viven en la opulencia, están en los palacios de los reyes.
¿Qué salieron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.
Les aseguro que no hay ningún hombre más grande que Juan, y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él.
Todo el pueblo que lo escuchaba, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan.
Pero los fariseos y los doctores de la Ley, al no hacerse bautizar por él, frustraron el designio de Dios para con ellos.
Palabra del señor
Comentario
Dios tiene planes muy concretos para cada uno de nosotros. Nadie es abandonado a su libre albedrío, sino que Dios nos enseña un camino para que seamos inmensamente felices. Tú y yo podemos seguir el camino de Dios o podemos fabricarnos uno propio.
El Evangelio termina diciendo que los fariseos frustraron el plan de Dios para el pueblo. Estas palabras tienen mucha fuerza, porque en ellas se indica que el hombre puede cambiar los planes de Dios, con las consecuencias que eso tiene en nuestra vida.
Pero también se indica en el Evangelio una maravillosa realidad, Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. Dios ha pensado en mí, yo soy muy importante para Dios. Tú y yo podemos cumplir aquello que Dios quiere para nosotros, o en cambio, podemos abandonar lo mejor para nosotros e irnos por nuestro propio camino. La felicidad del hombre depende de esta elección.
Un posible camino que podemos recorrer al margen de Dios es el camino de los placeres. Jesús recuerda que así viven muchas personas, como los que están en los palacios reales. Cada uno de nosotros podemos abandonarnos a los bienes sensibles y buscarlos como si ese fuera el camino de la felicidad. Estos bienes son sólo aparentes. No nos colman del todo, siempre buscamos más y quedamos insatisfechos en la búsqueda. En el fondo sabemos que la respuesta a la pregunta de la felicidad no está ahí. Como ocurre a las personas del pueblo. Les pregunta Jesús ¿qué salisteis a ver? No fueron a los palacios, salieron a ver algo distinto, pero a la vez muy atrayente, un camino mucho más apasionante.
Juan Bautista vivía muy sobriamente, vivía con lo mínimo indispensable. Su finalidad no era el placer ¿qué hacía entonces Juan? Predicaba la palabra de Dios. Ahí tenemos la respuesta. Aquello que intuimos, y que colma nuestro corazón humano, es Dios, es Su palabra, es conocerle y tratarle.
Tú y yo, cada día, nos enfrentamos en múltiples ocasiones, a momentos en que buscamos nuestro propio placer, o buscamos a Dios y a los demás, a través de la caridad. Juan Bautista vivía para los demás. La finalidad de su vida era predicar la venida de Jesús, darle a conocer. Y esa es la gran aspiración del hombre, aquello que colma su corazón por completo: conocer, tratar y amar a Dios sobre todas las cosas.