Evangelio según San Marcos 3,13-19.
y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar
con el poder de expulsar a los demonios.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro;
Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno;
luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo,
y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Comentario
Los actos de Jesús obran y significan al mismo tiempo. Ahora sube a un lugar elevado y llama a doce. Doce eran las tribus de Israel. Sobre estos doce edificará el nuevo Israel, la Iglesia. Jesús, en palabras de San Pablo, es la cabeza de la Iglesia, en él encuentra su cohesión y de él recibe la vida. Aquellos hombres son hechos partícipes de la potestad de Jesús: con su palabra llegarán a los corazones de la gente y moverán a conversión y a abrirse a la gracia; con su fe expulsarán demonios y sanarán a los enfermos. Nosotros también somos llamados a participar de esa misión. Y será nuestra fe a través de la que el poder de Jesús actuará en los corazones de las personas a las que hablemos.
Benedicto XVI considera, en sus audiencias sobre los apóstoles, la variedad que hay entre ellos. Los hay tranquilos y reflexivos. Impetuosos y vehementes. Mayores y jóvenes. Pescadores y cobradores de impuestos. Humildes y con formación. Con todos ellos cuenta para ir a todos los ambientes y hablar a todo tipo de corazones. Jesús ha venido a llamar a todos. Su misión es universal. Además, él nos elige libremente, del mismo modo que el Espíritu otorga sus dones como considera oportuno. Y, todo ello, para que el cuerpo que es la Iglesia pueda crecer armónicamente por la entrega mutua. Nosotros estamos también ahí, y eso es motivo de alegría y es, al mismo tiempo, dulce responsabilidad.
La identificación con Cristo es progresiva. Cuando uno emprende un camino, aunque haya dado un paso decisivo –el que no empieza, no puede llegar a ningún sitio–, está aún todo por hacer. Dos personas que se casan no se dicen: “bueno, ya está”, sino: “bueno, ahora comienza nuestra historia”. Y para que esa historia llegue a buen puerto es necesario crecer cada día en el amor, ir por delante, para procurar los recursos que permitan afrontar los retos que vengan. Nadie niega a Cristo de la noche a la mañana, sino que lo hace poco a poco, con sus decisiones, obras y omisiones. De ahí la necesidad de tener siempre fija la mirada en la meta, con humildad y un deseo creciente, manifestado en obras de amor diarias.