Las oscuras sombras del imperio británico
Si la esclavitud y el exterminio de los pueblos nativos fueron los cimientos de la creación de Estados Unidos, el colonialismo y la explotación manchan la historia del Reino Unido
Ni siquiera los Beatles están a salvo de la controversia y el debate que se ha organizado sobre el racismo a raíz de la muerte de George Floyd. Penny Lane , el nombre de una de sus canciones, es una calle dedicada a James Penny, un traficante de esclavos de Liverpool. Algunos se han sacado de la manga la teoría de que en realidad se refiere al hecho de que para cruzar un puente había en la época que pagar un “penny” (penique), pero ni a Donald Trump se le ocurriría una teoría tan peregrina.
Ciudades como Londres, Liverpool, Bristol y Glasgow prosperaron en los siglos XVII y XVIII de la mano de la esclavitud, no sólo por los beneficios que generaba en sí misma para los inversores la venta de seres humanos capturados en África a los dueños de plantaciones del Caribe y las colonias americanas, sino por la intermediación de banqueros, mercaderes y aseguradores. Significaba trabajo para agricultores, fabricantes de telas, capitanes y tripulaciones de barcos. Había que ser muy valiente (algunos lo fueron, como William Wilberforce y Thomas Clarkson) para hacer campaña por la abolición, que no llegó definitivamente hasta 1833.
No se salvan del estigma del racismo ni siquiera primeros ministros como Churchill, Peel y William Gladstone
Marcados por el racismo (y el colonialismo, que es su primo hermano) han quedado primeros ministros británicos como Winston Churchill, Robert Peel (considerado el fundador de la policía moderna) y William Gladstone (el único que lo ha sido cuatro veces, un nativo de Liverpool cuyo padre era un esclavista que se enriqueció inmensamente). También el rey Guillermo de Orange (nacido en Holanda, idolatrado por los protestantes del Ulster y detestado por los católicos); Cecil Rhodes, que amplió los confines del imperio al África Austral (Rodesia, hoy Zimbabue, fue bautizada así en su honor), y Robert Clive, que hizo lo propio en la India.
Las ciudades británicas están llenas de calles y estatuas en sus nombres, y las autoridades han cubierto muchas de ellas con planchas de madera para protegerlas del grafiti y que no corran la misma suerte que la Edward Colston, el comerciante de Bristol que creó la Real Compañía Africana, responsable del tráfico de 85.000 esclavos. El primer ministro Boris Johnson ha dicho que tirarlas o pintarrajearlas no es sólo un delito sino que equivale a negar la historia de este país. Quienes lo hacen, sin embargo, están hartos de esperar a que se haga algo para combatir el racismo y la discriminación, aparte de elaborar informes.
En total, entre 1662 y 1833, Gran Bretaña transportó 3.4 millones de esclavos entre Europa, África y las Américas. En pleno apogeo del repugnante negocio, la inversión anual llegó a ser de dos millones de euros, y cualquier persona podía comprar acciones en la travesía de un barco. Si el viaje resultaba fructífero (de ida llevaba seres humanos y de regreso ron, azúcar y tabaco), las ganancias podían ser sustanciales. Mucha gente estaba implicada. Los aristócratas y clases mercantiles escocesas presionaron para la unión de la coronas con Inglaterra en 1707 con el ojo puesto en su participación en las actividades del imperio, incluida la esclavitud. La constitución de 1688 otorgaba a los blancos protestantes el estatus de “hombres libres”, a salvo de la detención arbitraria. La consecuencia implícita era que el resto no lo era.
Desde 1622 hasta 1833 Gran Bretaña transportó a las Américas más de tres millones de esclavos
El “Acta del comercio de esclavos” de 1788 reguló la actividad, que para entonces ya era habitual, con todo tipo de estipulaciones, como el número máximo de negros que un barco podía transportar (igual que hoy los autobuses o aviones con el número de pasajeros). Liverpool se metió relativamente tarde en el negocio, pero sus huellas están presentes por todas partes, y no sólo en la Penny Lane de los Beatles. En los grabados de los salones del ayuntamiento, en las fachadas de edificios históricos como el Cunard. A finales del siglo XVIII una veintena de buques –diseñados y construidos a medida para su siniestro propósito– emprendían el viaje transatlántico desde Bristol, 42 desde Londres y 131 desde la ciudad de Merseyside. Uno de cada diez ciudadanos se beneficiaba, incluidos vendedores de alimentos, fabricantes de cuerdas y de pólvora. El 40% de los ingresos provenía de la esclavitud.
Antes que Liverpool, en el siglo XVII, fue Bristol la capital británica del trafico de esclavos, y el principal centro de operaciones de la Compañía Real Affricana, con sede en Londres. La ciudad había tenido desde hacía más de un centenar de años contacto con las Indias Occidentales, y vio una oportunidad en el desarrollo del cultivo del azúcar y el cacao en el Caribe, y del tabaco y el algodón en las colonias norteame-ricanas. Los barcos descargaban en América los esclavos y las mercancías que resultaban atractivas del otro lado del Atlántico (telas, cuchillos, pistolas, vino, cerveza, joyas…), y cargaban los productos exóticos del Nuevo Mundo. El racismo estuvo tan enraizado en la ciudad que la compañía de autobuses sólo empleó conductores blancos hasta 1963.
Numerosas calles de Glasgow, como la céntrica Buchanan Street, llevan el nombre de mercaderes que se enriquecieron con la esclavitud, y los comerciantes locales apoyaron a la Confederación en la guerra civil de Estados Unidos. La universidad de la ciudad reconoció hace un par de años que se había beneficiado con veinte millones de euros del tráfico humano, en la forma de regalos y donaciones de mecenas vinculados a ella. En Londres, edificios históricos como el Guilhall de la City y el muelle de la India fueron el epicentro del esclavismo.
“El doctor Livingstone, supongo”, dijo Henry Stanley cuando finalmente encontró al explorador en una expedición patrocinada por un periódico de Londres. “El señor Stanley, político y administrador colonial, conocido por su racismo y brutal tratamiento de los africanos”, le podría haber dicho alguien, si se hubieran cambiado las tornas, con los valores políticos de hoy en día. Su estatua en Denbigh (Gales) es una de las que corre peligro.
FUENTE:LA VANGUARDIA