El sociólogo argentino Javier Auyero vive en Texas desde hace casi 15 años. En diálogo exclusivo con LPO, habla sobre la vida y el trabajo en Austin, la ciudad que se perfila como la segunda Silicon Valley.
Javier Auyero dedicó toda su carrera a estudiar la relación entre los pobres urbanos y el Estado en América. Sociólogo nacido en el sur del Gran Buenos Aires y graduado en la Universidad de Buenos Aires, se mudó a Estados Unidos hace tres décadas pero vuelve a su país de manera permanente. Autor de libros reconocidos como “La política de los pobres”, “La violencia en los márgenes” y “Entre narcos y policías”, hoy trabaja en un estudio de futura aparición sobre las estrategias de supervivencia en el partido de Quilmes. Doctorado en sociología en The New School for Social Research de Nueva York, Auyero vive en Austin Texas desde hace casi 15 años y dirige el Laboratorio de Etnografía Urbana en la Universidad de Texas. Como parte de ese trabajo, publicó hace algunos años “Invisibles en Austin”, una serie de crónicas de estudiantes de doctorado sobre historias de vida en los márgenes de lo que Auyero considera la segunda Silicon Valley.
¿Por qué decidió mudarse a Texas en 2008?
Para ser totalmente honesto, no sabía ni dónde quedaba Austin en un mapa. Mi esposa y yo estábamos trabajando en la Universidad del Estado de Nueva York, ella como profesora de Literatura y escritora y yo como profesor de sociología, y nuestra vida en los suburbios de Nueva York no nos era muy grata. Entonces, estábamos buscando mudarnos a alguna ciudad, no queríamos más vida suburbana americana, los dos veníamos de vivir en ciudades y no nos acostumbrabamos. No fue una elección de decir voy a ir a la Universidad de Texas porque allí hay un excelente departamento de sociología o, en el caso de mi esposa, un muy buen departamento de español y portugés, Fue más bien una cuestión de oportunidad, nos están reclutando para ir, vamos a ir para ver de qué se trata. Nos gustó mucho Austin al principio y ahí nos mudamos. Pero mentiría si dijese que fue una búsqueda tipo de investigación lo que nos trajo hasta aquí, sino más bien una ciudad vibrante y una muy buena universidad con un excelente centro de estudios latinoamericanos. Esa combinación era difícil de encontrar en otros lugares.
Su trabajo se centra en la relación del Estado con los pobres, la violencia, la desigualdad, la segregación. ¿Qué encontró de particular cuando comenzó a trabajar sobre esas temáticas en un lugar que le era desconocido?
El libro con el que empezamos a trabajar y fue publicado como “Invisibles en Austin” surgió de un seminario que yo estaba dando sobre pobreza y marginalidad en las Américas. Siempre me preocupó que cuando se estudia pobreza en América Latina no se dialoga demasiado con la literatura que hay en Estados Unidos y que la literatura que hay en Estados Unidos sobre marginalidad, segregación y violencia ignora totalmente la literatura muy buena que hay sobre los mismos temas en América Latina. Empezó como un seminario de estudios graduados para poner en conversación esas literaturas, ver por ejemplo cómo se hablaba de informalidad en América Latina y como se comenzaba a hablar de lo mismo en Estados Unidos, ver cómo se abordaba el tema violencia urbana, en ambos contextos sin diálogo alguno y pese a ser parte de la misma región. Un poco fue motivado por los estudiantes de doctorado que, como buenos estudiantes, critican toda la literatura que existe. Hasta que un día me agarraron a contrapié y les dije: “Si tanto critican porque no intentan hacerlo mejor ustedes”. Justo estábamos leyendo “La miseria del mundo” de Pierre Bourdieu. Entonces los invité a hacer un proyecto sobre los márgenes de Austin. Todos éramos extranjeros en ese momento porque los graduados también venían de otros lugares de Estados Unidos.
¿Cuál era el objetivo?
El desafío era ver qué pasaba en los márgenes de esta ciudad que crece muy rápidamente, con niveles extremos de desigualdad, con una población afroamericana que está decreciendo y con muy altos niveles de segregación urbana. Pero al mismo tiempo no queríamos que fuera solo un trabajo sociológico y tomamos herramientas del periodismo narrativo porque no sólo se trataba de entender bien cómo vive esta gente en los márgenes sino de cómo escribir bien sobre ellas. En eso me favoreció que los estudiantes graduados sabían escribir muy bien. Ese fue el desafío, ver cómo se vive la marginación, la invisibilización y la exclusión en una ciudad que es una especie de playground, un lugar de juegos para la gente joven, blanca y rica porque eso es Austin, una de las ciudades llamadas nuevas en Estados Unidos. No es Chicago, no es Nueva York, no es Detroit. Si uno aterriza aquí lo que ve es una ciudad pujante.
¿Cómo es esa ciudad invisible detrás de la ciudad pujante?
Es una ciudad que ha quintuplicado su población en década y media, que ha perdido población afroamericana, la viene perdiendo y la viene expulsando hace rato. La población afroamericana en Austin es entre el 6 y el 7% -es menos que la media nacional que es del 13%- y Austin es una ciudad que cada vez expulsa más hacia afuera a la población de menos recursos que en este país, latinos y afroamericanos están sobrerrepresentados en esa población de menos recursos. Entonces cuesta, la pobreza y la marginalidad aquí es más bien invisibilizada por los mismos procesos estructurales que hacen que la ciudad crezca. Es una ciudad en la que se ha movido muy fuertemente la industria tecnológica, es una especie de segundo Silicon Valley, eso en su naturaleza, y lo vemos en Los Ángeles y en Nueva York, la propia estructura laboral de tech es muy polarizada: genera muchos y muy buenos puestos de altísimas habilidades y altísimos salarios y muchos puestos muy bajos. Es una estructura muy diferente de la manufactura que alimentó el crecimiento de la clase media en Estados Unidos. Es una estructura más polarizada, un mercado laboral muy fragmentado y eso se ve muy claramente en Austin. Hay una crisis de la vivienda que la gente con ingresos medios y medios bajos cada vez tiene más dificultades para afrontar. Se hace imposible, lo empezamos a ver de hecho nosotros, profesores universitarios.
¿Qué cambio importante hubo en las últimas décadas en la relación del Estado con los pobres urbanos?
Es una cuestión compleja. Si uno ve los trabajos clásicos que estudiaban la pobreza urbana en Estados Unidos en los años ‘80, lo que se veía era el total abandono. No había Estado en estos territorios de relegación, no había, no existía. Eso también se hablaba en América Latina, el Estado estaba ausente en esas zonas. Hoy todas esas zonas de pobreza están hipercontroladas, hipervigiladas. Hay una hiperpresencia del Estado en su faz punitiva: en términos de mano derecha y mano izquierda del Estado, hay mucha más mano derecha. En Estados Unidos se puede hablar de un giro del abandono a la hiperpresencia. Antes nadie se ocupaba de los jóvenes pobres, hoy se ocupa mucho el Estado, la policía se ocupa. Las chances de un joven afroamericano de estar en contacto con el sistema penal son siete u ocho veces más altas que las de un joven blanco igual de pobre.
¿Qué relación se advierte entre latinos y afroamericanos en el mundo del trabajo? ¿Hay niveles de asociación o de disputa?
Estamos en Texas, que era territorio mexicano, con lo cual los latinos estuvieron siempre. Hay alguna evidencia en estudios sobre grandes ciudades donde hay lo que se conoce como sucesión étnica y grupos étnicos que llegan más tarde compiten y desplazan a grupos más establecidos. En algunos sectores del mercado laboral puede haber competencia pero, más que competencia, lo que hay es la ventaja del empleador de ir en busca de los menos sindicalizados, o de los que tienen una situación legal más precaria. Para trabajar en una chanchería puedo contratar a ilegales que no me van a hacer lío. Es la estrategia de los empleadores de ver cómo obtengo más ganancia más rápidamente. Pero creo incluso que eso no se ve tanto. Aquí las tasas de desempleo son muy bajas, lo que hay es, como en muchas otras zonas de Estados Unidos, hiperempleo e hiperexplotación. Gente que tiene dos o tres trabajos que no alcanza, por los gastos de comida pero sobre todo por los gastos de vivienda, a vivir una vida confortable a pesar de trabajar a destajo casi 12 horas al día. Tienen empleo, pero con los empleos miserables que tienen no les alcanza para sobrevivir.
Tener tres trabajos y no llegar a fin de mes, se pensaba que ese tipo de realidades estaba más bien reservada a América Latina.
No hay protecciones, no hay ninguna protección de nada, tienen horarios flexibles, no tienen vacaciones, no tienen seguro de salud. Aquí, un accidente o una enfermedad te deja sin trabajo y te quedas sin trabajo un mes y te quedas sin casa. Eso lo describimos bastante bien en “Invisibles en Austin”, el caso de una señora, que era una cocinera y le iba muy bien, pero un día está caminando en la calle y la atropella un auto: no tenía seguro de salud y termina, en el transcurso de seis meses, como homeless. Porque las protecciones que el mercado laboral da en las sociedades avanzadas aquí no existen y menos existen por parte del Estado. Entonces están desprotegidos por el mercado y desprotegidos por el Estado.
Sin red de ningún tipo.
Cuando se habla de precariedad, nunca mejor graficada que el caso de los sectores más bajos de la escala social aquí en Estados Unidos que, de un día para el otro, pueden literalmente perder todo, además con un nivel altísimo de deuda.
“Fuimos la democracia más antigua y hoy somos la más esclerótica”
¿Quiénes son los protagonistas del activismo social en Estados Unidos?
Mi impresión es que hay alianzas de viejas generaciones con nuevos trabajadores, una combinación de activismos de distinto tipo. Está Black Lives Matter, el activismo estudiantil, hoy tanto en el sistema universitario de California como en universidades en Nueva York están de huelga los profesores y los estudiantes graduados, hay intentos de sindicalización en las grandes empresas y hay también un activismo ambiental muy fuerte. Tuvimos oportunidad de estudiarlo en el norte de Texas en relación al fracking y veías alianzas muy interesantes, ambientalistas radicales con sectores conservadores que no querían que el fracking ocurra en el fondo de su casa. Hay todo un activismo alrededor de reducir la población carcelaria, es una alianza inesperada entre conservadores fiscales y liberales que por razones distintas están en contra de la explosión de la población carcelaria. De hecho, por primera vez en muchos años, se ha reducido la población carcelaria en Estados Unidos, inesperadamente.
Sorprende ver un activismo ambiental que cuestiona a las petroleras en Houston, la capital mundial del petróleo.
Tuve el privilegio de entrevistar a activistas ambientales en Texas y ellos lo definen como activar en el vientre de la bestia. En muchos casos son derrotados, sin embargo, si uno piensa en las generaciones jóvenes el tema del medio ambiente está en la mente de todos. Hoy incluso a un chico conservador republicano no le da lo mismo agarrar una botella de plástico y tirarla así como así. En términos de formación de conciencia ambiental, ha habido avances muy significativos.
Texas es un Estado monstruo y se ve un contraste muy marcado entre las grandes ciudades como Houston, Austin, San Antonio y Dallas y las comunidades rurales. ¿Este activismo puede expandirse o esta especie de quiebre geográfico se va a mantener?
Es difícil predecirlo. Lo que decís es muy cierto, hay un contraste muy fuerte entre esas grandes ciudades y lo que pasa en la América rural, profunda, los pequeños pueblos. Cuando escucho hablar de polarización del campo político en Argentina pienso si ustedes supieran lo que pasa aquí, porque hay versiones de la realidad muy distintas, narrativas muy distintas de lo que está pasando hoy, no estoy hablando de posiciones políticas, de si estoy a favor o en contra del aborto, o de si el Estado tiene que intervenir o no en la economía. Esa división entre la América rural y las grandes ciudades al mismo tiempo está siendo muy alimentada por el ala dominante del Partido Republicano. Es gente que no cree en el juego democrático.
¿Cómo definiría a los republicanos de Texas?
Son el ala extrema del republicanismo. Estamos hablando de gente que defiende el derecho de que cada uno se arme. Estoy hablando ahora desde el Campus de la Universidad de Texas donde yo puedo andar con un arma. Es la creencia en que el Estado no es lo que debe ser, el actor que monopoliza el uso de la fuerza. Cada vez que ha habido masacres muy trágicas en las escuelas, los republicanos reaccionan diciendo que el problema son las puertas en las escuelas, es la salud mental. Todo el Partido Republicano se ha movido muy a la derecha y ellos dicen que el Partido Demócrata se ha movido muy a la izquierda, cosa que yo creo que no es cierto. Los demócratas siguen siendo moderados. Pero este ala comienza el movimiento con el Tea Party y hoy estamos viendo la radicalización del Tea Party.
Los republicanos se amparan en esas comunidades rurales, que son los que no quieren controles.
La idea de defender un derecho o la Segunda Enmienda se transforma en un argumento. Pero la Segunda Enmienda está escrita hace más de 200 años y se estaba hablando de fusiles que eran así y ahora uno puede usar una ametralladora AR 15.
¿En qué está trabajando ahora desde Austin?
Estamos armando un libro que reproduce el modelo de “Invisibles en Austin” pero para toda la región: usar una historia personal para iluminar un problema social. Ahora estamos haciendo lo mismo en toda América. Yo creo en el modelo de las ciencias sociales públicas y para que haya ciencias sociales públicas uno de los requisitos que hay es que las ciencias sociales tienen que ser entendibles. Para que a los periodistas los lean tienen que escribir bien, no solo es tirar un dato que no tiene nadie. Los sociólogos son medio lentos para entender eso y escriben muy mal, allá y acá. Lo interesante es que los pocos ejemplos de sociólogos que escriben bien terminan siendo muy exitosos. El que ganó el Premio Pulitzer hace algunos años, que se llama Matthew Desmond, escribió un libro sobre desalojos que es un trabajo sociológico muy bueno y, al mismo tiempo, muy bien escrito. Utiliza las herramientas del periodismo narrativo para contar una historia sociológica. Es lo que intentamos hacer en “Invisible Austin”, que debe haber sido el libro mío que, de lejos, más vendió. No lo escribí yo, lo escribieron mis estudiantes, yo fui el director de orquesta, pero lo utilizan en colegios secundarios y universidades porque los chicos pueden leerlo y uno debe pensar que eso es parte de la función de las ciencias sociales, que te lean.
En el libro “Sobre narcos y policías” trabajan mucho la idea del Estado ambivalente, que controla la ilegalidad pero al mismo tiempo la estimula, la promueve o se asocia con la criminalidad. ¿La política lo convalida?
El título original del libro en inglés es precisamente “El Estado ambivalente”. Un estado que por un lado persigue y dice que estamos en guerra contra las drogas y por el otro lado colude, participa e interviene en ese mercado. Accedimos a 80 casos judiciales donde se ve muy clara esa relación clandestina: el policía es primo del narco, se conocen del barrio y colaboran. Ese aspecto creo que es hoy una característica estructural de cómo funciona el Estado, con independencia de quien gobierna. Sectores del Estado colaboran clandestinamente con quienes el Estado define qué están haciendo una empresa criminal. Yo no creo que haya nada criminal de por sí, pero el Estado dice que esto es crimen y agentes del Estado participan en esa criminalidad. Accedimos a ese mundo de relaciones entre pequeños narcos y agentes de seguridad a partir de casos judiciales. El propio Estado nos permite ver una parte de ese mundo, pero todo indica que esa estructura está sostenida por otras relaciones más verticales en las que participan sectores de la política. A ese mundo no pudimos acceder, eso está en la sombra del Estado. No tengo evidencia, más que anecdótica, de que mucho del dinero que se genera ahí financia las campañas políticas. Quizás la mejor estrategia para combatir este tipo de relaciones clandestinas es una reforma política en serio. No tiene que ver con estrategias policiales. Se desprende de la investigación que, si esta estructura es sostenida por la política, para que se desmonte si seguí persiguiendo a policías que colaboran con los narcos vas a estar toda tu vida haciendo eso.
FUENTE:LAPOLITICAONLINE