La real academia española está en proceso de incorporar a su diccionario el vocablo posverdad. El word me acaba de subrayar la palabra de naranja (¡error!) al escribirla, cosa que no sucederá en el futuro inmediato. ¿Es la posverdad es cosa nueva? Veamos.
La posverdad será definida como aquello que se acepta como real, basándose esa aceptación en las emociones, prejuicios y deseos del público. No en los hechos objetivos. Como el programa de TV de un club de futbol donde se dice que ese club es el mejor del mundo. Siendo que ese programa es visto por los hinchas de ese club, sin duda que la afirmación para ellos será la verdad debido a una cuestión emocional.
Esto que nos sacó una sonrisa cómplice pensando en lo simpatizantes de nuestro club adversario y lo confundidos que están los pobres en esa posverdad que les metió la TV ( los infortunados no saben que en realidad el mejor club es el nuestro) toma ribetes dramáticos cuando lo que está en juego no es una pelota sino cuestiones que hacen a las libertades cívicas y el bienestar del pueblo.
Pongamos un ejemplo. Apelando a nuestros prejuicios contra los extranjeros, interesadamente se puede difundir información que la inmigración de los países limítrofes es la responsable del aumento de la delincuencia. Y todos lo creeremos, a pesar de que ninguna estadística o estudio científico serio avale esta afirmación.
El inducir a las masas a que crean algo que no es cierto manipulando sus pasiones y creencias no es algo nuevo. Pensemos que en los 70 acicatearon nuestro orgullo nacional convenciéndonos de que una cuestión limítrofe discutible y marginal era causa justa para ir a una guerra demencial con la hermana República de Chile. O que en los 90, excitando nuestros deseos aspiracionales, nos persuadieron que ingresábamos al primer mundo por abrirnos a la globalización financiera y alinearnos incondicionalmente con Estados Unidos. Resultados a la vista.
La posverdad no es novedad entonces. Solo ha evolucionado en su manera de imponerse.
En los 70 lo hacía con el control de los medios por el Estado Autoritario y la censura. En los 90, con el oligopolio de empresas privadas de televisión, radio y prensa escrita.
En el presente, al oligopolio mediático, se le ha sumado un amplificador constituido por internet, los teléfonos inteligentes y las redes sociales. Este amplificador
bombardea caudalosamente las 24 horas del día con sofismas y falacias que no resisten el menor análisis lógico ni científico. Pero que sin embargo se estructuran eficientemente en su cortedad de slogan. Así, en un mundo donde no hay tiempo para desarrollar una idea compleja (y las cuestiones públicas vaya si lo son) excitan con un punzantes clichés lo peor de nuestras emociones.
El resultado está a la vista. Han logrado que creamos que es verdad que los responsables de los padecimientos económicos de nuestra sociedad son los empleados públicos por ñoquis, los docentes por vagos, los ciudadanos con capacidades diferentes por timar al Estado, las pensionadas por cobrar el beneficio sin ser viudas, los científicos del conicet por investigar tonterías, los menores de edad por ser pilar de la delincuencia, y así. De nada servirá que ninguna estadística ni estudio metodológicamente serio avale estos disparates . Para eso habría que reflexionar un instante, y la acelerada vida contemporánea no da tiempo para eso.
En la otra acera de la posverdad están los fondos buitre. Están las corporaciones transnacionales,. Esta la banca globalizada. Están las empresas monopólicas. Están las firmas extractoras de recursos naturales. Están los capitales concentrados. Y están todos, ante nuestros ojos, limpiados por el agua bendita de la posverdad. Posverdad que, a su vez, es el himno al son de la cual se nos guía a una batalla lamentable: la de los pobres contra los pobres.
javier ortega.
abogado (unsta) doctor en derecho público y economía de gobierno (unt)
docente universidad nacional de avellaneda.