Luego de dieciséis años depositado en un cementerio de Milán bajo nombre falso, el cuerpo de Eva Perón era “devuelto a la legalidad”
Eva Duarte de Perón murió el 26 de julio de 1952; a las 20,25 horas; un momento que quedó registrado en la grabación que anuncia “el paso a la inmortalidad de la Jefa Espiritual de la Nación”. Nacía uno de los mitos –sino el mayor de todos- más grandes de los argentinos. Casi dos millones de personas desfilarían desafiando la inclemencias del tiempo frente a su féretro para despedirla con lágrimas en los ojos.
Apenas fallecida su cuerpo fue entregado a las manos del patólogo español, Dr. Pedro Ara quien embalsamó el cadáver. Casi un año de trabajo, donde Ara reemplazó primero la sangre por alcoholo y luego por glicerina hicieron de ese cuerpo un exponente del arte del embalsamamiento. El cuerpo se mantuvo intacto y con la piel con un aspecto casi transparente. Con su pelo rubio, aparentaba una mujer en plácido sueño.
Como es sabido, el General Juan Domingo Perón fue derrocado por un golpe militar en setiembre de 195Durante los años siguientes nunca más se supo de ese cuerpo que salió subrepticiamente del país con la complicidad de la Iglesia Católica. 5. El líder tomó el camino del exilio a bordo de la cañonera “Paraguay”; pero el cuerpo de Eva Perón, desafiando a la muerte se convertía en una amenaza para los protagonistas del golpe. El culto popular a la memoria de la “Abanderada de los humildes” era objeto de creciente preocupación.
A su muerte, el cuerpo había sido depositado en el edificio de la Confederación General del Trabajo (CGT) y el general Marcelo Lonardia, jefe de la asonada, decidió que lo mejor era deshacerse de él: ordenó destruirlo el cadáver.
Un golpe de palacio interno en la Fuerza lo desplazó del poder asumiendo el general Pedro Eugenio Aramburu, que al igual que su antecesor sabía que ese cadáver podía todavía movilizar a las masas, de modo que mandó a ocultarlo.
Entre “gallos y medianoche”, en lo que va del 15 al 16 de noviembre de 1955, el cuerpo incorrupto de Eva Perón desapareció. Iniciaba un extraño exilio que duraría dieciséis años.
Una crónica cuenta que aquella noche, el Dr. Ara se hallaba junto al cuerpo en una inspección de rutina, cuando escuchó el tronar de botas que se acercaban. El coronel Carlos Moore-Koenig abrió violentamente la puerta y ordenó tomar el cuerpo y colocarlo en un ataúd de madera sencillo que habían llevado, haciendo caso omiso de las protestas de Ara. La pandilla salió a cubierto de las sombras de la noche y se subió a un camión que esperaba estacionado afuera. Cuando se retiraban, Moore-Koenig, volviéndose hacia el médico, sólo atinó a decirle que se llevaba el cuerpo de Eva “para darle un entierro decente”.
“Devuelvan el cadáver de Evita”
El peronismo proscripto y en la clandestinidad se movilizó ante el robo del cuerpo de Eva Perón. Buenos Aires comenzó a leer en las paredes el reclamo de los obreros. El gobierno militar se preocupó y echó a correr el rumor de que había sido el propio Perón el autor de la desaparición del mítico cadáver.
Durante los años siguientes nunca más se supo de ese cuerpo que salió subrepticiamente del país con la complicidad de la Iglesia Católica.
En 1957, una misión militar absolutamente secreta dirigida por el mayor de inteligencia Hamilton Díaz, por orden del Gobierno, fue la encargada de desenterrar el féretro y llevar el cuerpo a Europa, donde acompañados por un sacerdote y con instrucciones de la Iglesia, para intermediar ante los religiosos italianos custodios del entierro procedieron a depositarlo.
Mucho después se sabría que el cuerpo de Eva Perón había ido a parar al Cementerio de Milán, con conocimiento del Vaticano y sepultado bajo el nombre falso de “María Maggi de Magistis”; en los registros una viuda italiana emigrada a la Argentina. La ubicación fue “Espacio 86-jardín H1”. En completo abandono, permanecería allí hasta el 2 de setiembre de 1971.
Ese macabro secreto fue depositado en un sobre por el General Aramburu y entregado a un escribano público con el encargo de que luego de su muerte fuera entregado a quien ocupara entonces la presidencia. Aramburu pagaría con su vida, años más tarde esa felonía junto a los fusilamientos de León Suárez y del General Juan José Valle, en uno de los episodios más dramáticos de los trágicos años setenta. Irónicamente, lo mismo que el de Eva, su cuerpo también sería sustraído de la bóveda de La Recoleta.
Arrancaba el año 1972, era presidente el General Alejandro Agustín Lanusse, quien en un discurso en el Colegio Militar de la Nación dice aquella frase que lo sentencia: “Perón puede volver cuando quiera. Si Perón no viene, es porque no le da el cuero”. Meses después, el 22 de noviembre de ese año, Juan Domingo Perón pisaba nuevamente el suelo argentino. En la memoria popular queda la foto de aquella jornada con un sonriente José Ignacio Rucci sosteniendo el paraguas que cobijaba la figura del líder.
Lanusse había recibido el dato tan celosamente guardado y ordenó que se cumpliera con esta exigencia de Perón de restituirle el cuerpo de su esposa.
El Embajador argentino en España, Brigadier Rojas Silveyra y el salteño Coronel Cabanillas fueron los encargados de devolver el cuerpo de Eva Duarte a su esposo en su residencia de Puerta de Hierro, en Madrid. Se cuenta, que al abrirlo para constatar que se trataba efectivamente de su mujer, Perón le comentó a su acompañante: “Vea, yo he sido feliz con esta mujer”, y rompió en llanto.
Volviéndose sobre el cuerpo al comprobar todas las mutilaciones que presentaba, Perón dejó con desprecio: “¡Qué atorrantes!”. Nunca dijo nada sobre lo que vio que habían hecho con su mujer.
Las hermanas de Eva Duarte; Blanca y Emilia, viajaron a Madrid para ver el cuerpo, y en un escrito a propósito de lo que pudieron observar señalaron lo siguiente:
“Nuestra intención no es revisar heridas antiguas que nos siguen haciendo sufrir. Pero no podemos ni debemos permitir que la historia sea desnaturalizada. Por eso damos testimonio aquí de los malos tratos infligidos a los despojos mortales de nuestra querida hermana Evita:
– varias cuchilladas en la sien y cuatro en la frente
– un gran tajo en la mejilla y otro en el brazo, al nivel del húmero
– la nariz completamente hundida, con fractura del tabique nasal
– el cuello prácticamente seccionado
– un dedo de la mano, cortado
– las rótulas, fracturadas
– el pecho, acuchillado en cuatro lugares
– la planta de los pies está cubierta por una capa de alquitrán
– la tapa de zinc del ataúd tiene las marcas de tres perforaciones, sin duda intencionadas
(En efecto, el ataúd estaba completamente mojado por dentro, la almohada estaba rota y el aserrín de relleno, pegado a los cabellos).
– el cuerpo había sido recubierto de cal viva y mostraba en algunas partes las quemaduras provocadas por la cal
– los cabellos eran como lana mojada
– el sudario, enmohecido y corroído.
Ya en el gobierno por tercera vez, en 1974, Perón dispuso que los restos de “Evita” volvieran al país; fue el 17 de noviembre de ese año. Antes, Perón contrató al taxidermista Domingo Isaac Tellechea para que restaurara el vejado cadáver que recuperó su lozanía.
Se cerraba así un episodio más de la necrofilia política que ha caracterizado a los procesos que los argentinos han vivido desde su constitución como país. Odios desatados que persiguieron a los hombres de la historia más allá de su misma muerte. Intentos renovados de los que haciendo gala de una intolerancia máxima hicieron todo, hasta perseguir a los muertos, para intentar borrar de la memoria popular los sentimientos sembrados por las grandes figuras, sin darse cuenta nunca de que ciertas son aquellas palabras atribuidas a Sarmiento en el camino del exilio: “¡Bárbaro, las ideas no se matan!”.
fuente: elintransigente