La noticia sacudió al mundo del fútbol el sábado por la tarde: Santago “morro” García fue encontrado muerto en su departamento de Mendoza, al lado de un arma calibre 22. El delantero de 30 años de Godoy Cruz se suicidó pegándose un tiro en la sien. La tragedia provocó la indignación de familiares, amigos e hinchas que denunciaban que al uruguayo lo dejaron solo. También, innumerables críticas sobre el negocio del fútbol y la presión a la que los futbolistas están sumidos.
Se pueden identificar varias causas que motivaron el trágico desenlace, reconstruyendo la historia. Después de un año 2020 complicado para García, sufriendo el alejamiento de sus seres queridos, en el que jugó poco y nada y cortó su relación con el presidente de la institución, José Mansur, este año no empezó nada bien.
A mediados de junio le comunicaron que no sería tenido en cuenta en su amado club, a pesar de tener contrato hasta junio. “Desde el primer día hasta el último agradecido y con la tranquilidad que puedo mirar a la cara a todos”, fue el mensaje de despedida del Morro. El mismo día en que tuiteó eso, fue diagnosticado de COVID-19 positivo.
García ya enfrentaba problemas psiquiátricos, que arrastraba desde el año pasado, por no poder ver a su hija que había quedado en Uruguay. Tener que aislarse en su departamento de calle Hipólito Yrigoyen en Godoy Cruz agravó la situación. “Los jugadores no somos robots, no somos de acero. Nos pasan cosas que influyen en nuestro rendimiento. Son cosas que no se saben, pero cuando uno las vive, todo tiene un por qué”, expresaba el delantero hace un tiempo, lo que parecía un pedido de ayuda.
Según el Diario Uno de Mendoza, García mantenía una relación con una mujer policía mendocina. Dicen las fuentes del medio, que le habría comunicado a ella que se compraría un arma de fuego para terminar con su vida. Aún no se confirmó fecha de defunción, pero se sabe que desde el miércoles de esta semana no contestaba mensajes. Lo que provocó la preocupación de algunos amigos que fueron con un cerrajero a abrir la puerta de su departamento y lo encontraron sin vida en la cama. Fueron 12 días de encierro y aislamiento por su cuadro de COVID-19 positivo. Había sido citado para entrenar en el club la semana próxima, aunque separado del plantel.
El ecosistema del fútbol, esencialmente tradicional, conservador e inconformista obedece a al juego perverso de idolatría ante el éxito de jugadores talentosos y exitosos, y el repudio visceral, el alejamiento y crítica destructiva ante la baja de rendimiento de sus mismos héroes.
Ese conservadurismo latente puede evidenciarse en declaraciones del ex jugador Oscar Ruggeri, en el programa de ESPN en el que participa: “Mamita querida, que increíble. ¿No te pones frente al espejo y te preguntas todo lo bueno que ténes? Tenés una mujer bárbara, dos hijos hermosos, sos conductor, relatas muy bien. ¿Qué más querés? Sentarte con el psicólogo y…¿qué le decís? No entiendo, ¿qué te falta a vos?”. Esa fue la respuesta que le dio el ex campeón del mundo con la selección al periodista Sebastián Vignolo cuando le contó que iba al psicólogo.
No se trata de pontificar sobre las causas del trágico final del Morro, ni de posicionar a la psicología como la cura a todos los males, sino de desnudar una filosofía heteropatriarcal de que pedir ayuda no está bien, de que los problemas se resuelven solos y de que las posesiones que el sistema nos vende no son sinónimo de felicidad. “Sólo saben llorar por minas y por guita”, dice Lavi-Rap, una canción de Los Redondos.
Vivimos en un bombardeo de información de que la felicidad debe ser perpetua, de que no debemos permitirnos estar tristes y eso angustia. La depresión no es un estado de tristeza momentáneo, sino un trastorno persistente y lo correcto es recibir tratamiento psicológico y un acompañamiento de familiares. Sin embargo, no todos se animan a pedir ayuda a causa de ese sistema de creencias asentado en el “pedir ayuda es de cobarde”. Las personas con depresión no tienen la culpa de sufrirla y tampoco tienen la culpa de no pedir ayuda. Estamos inmersos en la filosofía del “yo puedo sólo”, “no necesito ayuda” y es difícil deconstruir eso. Se debe hablar mucho de esto para intentar derribar esos mitos.
Por: Joaquin Espeche