“Las secuelas más terribles que me quedaron son problemas del corazón y que estoy pelada como si me hubieran hecho una quimioterapia”, cuenta Claudia Mendoza, de 51 años, quien estuvo internada un mes por coronavirus. Mailín Blanco y Paula Sabatés apenas superan los 30 años, transitaron la enfermedad de manera leve y sufren una arritmia compleja y fuertes dolores de cabeza, respectivamente. Hace seis meses que Alejandra Szir perdió el gusto y ahora huele humo con frecuencia. Gabriela padece extrañas molestias en distintas partes del cuerpo y no encuentra ninguna respuesta en la medicina tradicional. Al futbolista Edwin Cardona, que juega en la primera de Boca, le diagnosticaron en las últimas horas una miocarditis leve como secuela de la covid.
El long covid o la covid larga se manifiesta de formas muy diversas, es independiente de la edad, de la presencia de factores de riesgo y de cómo se transitó la enfermedad, y desconcierta hasta a los médicos. Es un fenómeno del cual todavía no hay datos en la Argentina pero que no es marginal según lo que comienza a percibirse en los consultorios.
A Claudia Mendoza le diagnosticaron coronavirus en noviembre. Pasó un mes internada en la Clínica Adventista Belgrano. Diez días estuvo intubada con sedación completa. Su hija tuvo que firmar un consentimiento para que la trataran con Baricitinib, con el riesgo de que quedara paralítica, ciega y hasta de que muriera en el intento. Intento que, según Claudia, era “el último”. “Quedé con problemas del corazón, con miocarditis. Las pulsaciones de un ser humano común son entre 60, 70, y yo tengo 130. Tomo dos pastillas. Es como si estuviese corriendo todo el tiempo; siento que estoy acelerada pero la medicación me baja un poco a tierra. Además, después de los tres meses de haber tenido covid severa, me quedé pelada como si me hubieran hecho una quimioterapia”, relata.
Anduvo indagando en el precio de pelucas. Una “buena” cuesta “70 lucas”, así que se resignó y lleva “el pelo atado para que no se note tanto”. Sin una certeza, los médicos le dijeron que la caída del pelo podía deberse no necesariamente a la covid-19 sino al estrés que le produjo la enfermedad. “Todo prohibido tenés. No te pueden ver, no podés moverte, dependés de los enfermeros para todo… y yo me sentí abandonada por mi familia. No los critico, pero se conformaban con que los llamaran por teléfono, yo no lo hubiera soportado”, revela Claudia, que es diabética. Valora mucho la atención del personal de salud aunque recuerda que en ocasiones tenía que esperar demasiado para que respondieran a su llamado. Ha llegado a estar “dos horas con la chata puesta”. “No me quiero imaginar cómo será la atención ahora, porque cuando estuve internada no había un colapso. Sólo teníamos covid yo y un enfermero de 19 años, que falleció”, recuerda. En relación con la miocarditis, que se le detectó 15 días después de dejar terapia intensiva, le dijeron que podía perdurar por dos o tres meses. Pero se hizo estudios recientemente y tiene que continuar medicada.
Mailín Blanco (33 años, de Barracas) contrajo coronavirus estando de vacaciones en El Calafate. Se quedó allí haciendo el aislamiento junto a su familia. Pasó la enfermedad como “agua”: apenas dos días de fiebre, dolor de garganta y tos. Pero en controles posteriores le detectaron una arritmia. “Es compleja, tiene que ser tratada y estudiada. Por la manera en que había transitado la enfermedad pensé que no iba a tener nada”, dice. Fue un médico de la familia quien le recomendó que después de tener covid se hiciera estudios (ergonometría, análisis de sangre, placa y ecocardiograma). Incluso sus hijos, de dos y seis años, se sometieron a controles.
Está medicada. Toma una pastilla por la mañana y otra por la noche. En un primer momento le prohibieron la actividad física. Ahora volvió a la danza jazz, una vez por semana. Hace las coreografías pero no puede hacer abdominales ni fuerza con los brazos. “Hay que esperar. En un mes y medio me repiten los estudios. Se supone que las arritmias por covid se van solas, entre los tres y seis meses, pero la verdad es que los médicos están caminando a ciegas. Ven muchas arritmias. Haremos un seguimiento durante tres, cuatro meses, y si no se va habrá que tomar medidas y precauciones. El cardiólogo me dijo que esta medicación no se puede tomar de por vida”, agrega Mailín.
“A todo aquel que conozco y que tuvo coronavirus le digo que se haga estudios. Claramente esto de las secuelas no está atado a la forma en que transitás la enfermedad. El bicho se mete en el cuerpo y no sabemos qué hace”, recomienda.
En Navidad Gabriela (52) no le sintió el gusto al pan dulce y se retiró súbitamente de la mesa familiar. Transitó la covid en su casa, sin fiebre, con pérdida de gusto y olfato y dolor de cabeza. La principal dolencia apareció unas semanas después del alta: dolores de rodilla y de hombros. No tan fuertes al comienzo, se fueron agravando, hasta que a fines de febrero se tornaron “intensísimos, peores que los de un parto”, define ella, que tiene tres hijos. La extraña molestia mutaba de lugar; también de forma. Un día estaba en las piernas, otro en los brazos, al siguiente en la espalda. “A veces parecía más de huesos, otras de músculos, más articular, más nervioso… pero estaba el día entero con esa sensación. No pude dormir algunas noches, llorando del dolor. Además tuve una erupción en el cuerpo entero, del cuello para abajo”, narra Gabriela. Marzo lo pasó más en la cama que levantada. Tuvo que ir a la guardia varias veces. En una ocasión estuvo en silla de ruedas: ni siquiera podía caminar.
Al día de hoy, a cuatro meses de haber tenido coronavirus, el dolor persiste. Lo curioso es que le hicieron todo tipo de estudios y todos dieron bien. “Son secuelas de covid, creemos que ya se te van a pasar”, le repetían los médicos, no muy interesados, desde su perspectiva, en encontrar una explicación al problema. Los calmantes que tomaba, algunos derivados de la morfina, no surtían efecto y los abandonó. Dejó también de buscar respuestas en la medicina tradicional y se orientó hacia la alternativa. En este ámbito una médica le sugirió que podía estar influyendo el estrés. Hace acupuntura todas las semanas y osteopatía. “Ahora a veces me duelen el diafragma o la espalda, y una constante son las manos. Me hicieron radiografías de manos que dieron normal y muchos análisis en relación a la reumatología. Pero la reumatóloga me dijo que por ese lado no es. Tengo pendiente una ecografía reumática en las manos. Es desesperante: casi no puedo mover los pulgares”, detalla la mujer que, para colmo, se dedica a hacer muebles.
Paula “Poli” Sabatés, periodista de Página/12, compartió hace algunos días en Twitter lo que le estaba ocurriendo en su vida post-covid. Dolores de cabeza muy fuertes todos los días, desde que despierta, y que la torturan por las noches. Durante el período de enfermedad tuvo prácticamente todos los síntomas salvo ése. El post de su autoría generó una enorme repercusión en la red social. Cientos de personas empezaron a compartir experiencias en relación a esta problemática. Algunos de esos testimonios son muy similares a los que aparecen volcados en esta nota. Por ejemplo, muchos usuarios de Twitter contaron que estaban perdiendo el pelo al igual que Claudia.
Poli tiene 30 años recién cumplidos y ninguna patología previa. “Obviamente me preocupé, fui a la neuróloga. Me dijo que mucha gente va todas las semanas con esta consulta y que no tiene certezas”, cuenta la periodista. En pocos días tiene que hacerse una resonancia. Cuando le consultó a la especialista por las perspectivas de la molestia, le respondió que no se sabe si el dolor se va a ir ni cuándo. “Me dio la posibilidad de que sea para siempre”, agrega Sabatés, con un dejo de angustia en la voz. “Cuando tenés covid vivís momentos de mucha oscuridad y miedo, pero el capítulo post es tan jodido como la enfermedad”, asegura. Otra secuela que padece es la famosa niebla mental, algo que fue “impresionante” durante la primera semana del alta, cuando no podía concentrarse en ninguna lectura. Ahora le cuesta fijar la vista, habla y pierde el hilo, olvida cosas.
“Puedo distinguir entre dulce y salado, pero no tengo la menor idea de qué estoy comiendo. Si cierro los ojos puedo detectar la consistencia. De no tener nada de olfato pasé a tener lo que llaman fantosmia: una alucinación olfativa, que es sentir algo que no existe, y siempre son olores desagradables, generalmente a humo. No siento angustia, pero pienso que me pueden dar algo en mal estado y no detectarlo, o no detectar un escape de gas o humo. Estoy en otro mundo”, describe Alejandra Szir. Psicóloga, 61 años, de San Martín, hace seis meses que convive con esta secuela, en el mundo de la covid larga considerada popularmente como la menos dañina. Su marido también enfermó y la pasó peor que ella: estuvo internado. Por esa vivencia y por empatizar con lo que ocurre alrededor, Alejandra –que es diabética– reconoce que lo que le está sucediendo no es en absoluto “agradable”, pero se considera una “sobreviviente”. Incluso se ríe de escenas vividas en el último tiempo.
Hace una semana que siente olor a humo. Extraña hacer la comida y deleitarse con sus aromas, también disfrutar de un plato de ñoquis con salsa. Está más alerta que antes con otros sentidos; por ejemplo en lo relativo a la comida sólo le queda la vista para controlar que no se queme. “Hace diez días fui a comprar artículos de limpieza. Me gustan mucho los perfumes, es una de las cosas que más extraño. De golpe, cuando estaba saliendo del local, le dije a la vendedora ’me gustaría probar este’. En el acto dije ’¡qué tarada!’. Me cagué de risa. ¿Qué voy a hacer? Frente a todo lo que está pasando, somos privilegiados”, dice. En algunos momentos se dedica a oler alcohol y limón, porque le han dicho que es una manera de reactivar los sentidos perdidos. Todavía no consultó a un médico por este tema, debido al “despelote que hay” y porque, pese a estar vacunada con la primera dosis, trata de salir lo menos posible. “Hay un detalle más que hablé con otras personas: ¡las bebidas de sabor cola tienen gusto a podrido! No me pasa con el pomelo ni con la tónica. Algo raro deben tener”, especifica.
En la Argentina no hay datos aún al respecto, pero “no es un hecho marginal” tampoco por lo que se ve en las consultas. A algunes de los entrevistades les llama la atención que este tema no forme parte de la comunicación del Gobierno porque, a pesar de las urgencias que impone el momento, podría contribuir a la prevención. “Estamos tapados por esta crisis de la segunda ola, que es monstruosa. Cuando no tenés camas para terapia o tenemos miedo de que se acabe el suministro de oxígeno, todo el mundo está pensando en eso y no en la covid larga. Por otro lado, no hay grandes estudios del tema, es una falencia”, sostiene Geffner. “Es independiente del cuadro y del grupo etario. Se ve mucho en las altas médicas para volver a hacer atletismo, gimnasia; es decir que afecta a la gente joven también. Siempre es más frecuente en la medida en que tuviste cursos más severos, pero gente con cursos muy leves manifiesta este tipo de problemáticas. Y siempre amerita consulta médica”, concluye el especialista.
“Lo que veo es que 10, 15 por ciento de los pacientes queda con secuelas a largo plazo, principalmente con mucho cansancio, fatiga. Esto se recupera despacito, en dos, tres meses. Se agrega también a veces una dificultad para recuperar la buena funcionalidad pulmonar. Los pacientes que tuvieron compromiso pulmonar quedan muchas veces con fibrosis. Lo otro que se ve bastante seguido es lo cardiovascular, gente que queda con afectación. Muchos tenían patologías previas. También veo la persistencia de la pérdida del olfato y el gusto”, describe Martín Hojman, médico del Hospital Rivadavia y miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI).
Respecto de la pérdida del gusto y el olfato, que puede extenderse por meses, está estudiando a sus pacientes y considera que en los casos en que hubo daño neurológico “es muy poco probable una recuperación”. “La falta de olfato puede ser concretamente por dos cosas: una es la inflamación del bulbo olfatorio. Eso se trata, disminuye y mejora; en otros casos hay destrucción de las terminales nerviosas y eso es mucho más difícil de recuperar, hay que hacer kinesiología olfativa”, distingue. “Hay secuelas que duran un año o más. Dependen mucho del acceso al cuidado y el control post- covid que tenga la gente. Mucha gente tuvo covid y chau, y en realidad es importante hacer un control general, sobre todo cardiovascular y respiratorio”, remarca el médico. Tanto en el ámbito privado como en el público –sobre todo en el primero– existen espacios de salud en los que se realizan los seguimientos. “Mucho no sabemos todavía, pero el mensaje es que hay que ver qué pasa después. No es que termina la covid y se terminó. Hay que hacer controles posteriores.” fuente: Página12