El papa Francisco en Roma. Lionel Messi en Barcelona. La Reina Máxima en Holanda. A esta lista de personajes argentinos que dejan su huella por el mundo se podría sumar a Pedro Pablo Opeka, que, a pesar de no ser tapa de los medios, es el héroe de miles y miles de pobres que gracias a él dejaron de vivir en la calles de Madagascar.
Opeka es un sacerdote argentino que vive hace 47 años en el país africano, donde desde 1989 maneja la Asociación Humanitaria Akamasoa (“los buenos amigos”, en lengua malgache), que se dedica a ayudar a la gente que está en situación de pobreza aplicando la doctrina social de la Iglesia.
Desde su desembarco a la isla, fundó 18 barrios sobre unas colinas que antes eran utilizadas como basurales. Heredó el oficio de albañil de su padre y logró que los hombres y mujeres que vivían en condiciones infrahumanas, conviviendo con el hambre, la violencia, la prostitución, el alcoholismo y la drogadicción dejaran de vivir en casas de cartón y construyeran sus propias viviendas, además de iglesias, canchas de fútbol, espacios verdes, escuelas y centros culturales.
Hoy son 27.000 las familias que recibieron una casa y que trabajan en cooperativas, mientras que hay 40.000 transitorias más que están en hogares de la asociación y asisten a sus escuelas, hospitales o comedores.
Su idea es no sólo que tengan un hogar. La parte social es una de sus prioridades. Alejar a los chicos de la calle, que estudien. Según dijo Pedro a LA NACION, ya hay 13.500 chicos escolarizados y 1500 que son ayudados en sus casas porque tienen menos de tres años.
– Combatís la pobreza en Madagascar todos los días, ¿qué creés que se puede hacer en la Argentina para reducirla?
– No tengo ninguna solución mágica. Tampoco existe. La solución a la pobreza en la Argentina es cuestión de cambiar la mentalidad y educar a la gente en el respeto de las personas y de los bienes. Hay que tener mucha paciencia, fuerza y garra para insistir a tiempo y contratiempo en el respeto mutuo, en ser auténticos, nunca destruir pero siempre tomar parte en la construcción del bien común.
– ¿Qué pensás de las políticas sociales que se usan en la Argentina?
– Por la lejanía no conozco en detalle las políticas para luchar contra la pobreza en Argentina . Pero sé que algunos gobiernos quisieron comprar a los pobres y utilizarlos para que los apoyen y defiendan. Pero no han hecho casi nada para educarlos y hacerle tomar conciencia de su dignidad humana. Fueron pobres y muchos quedaron pobres.
– Los usan para campañas pero después no hacen nada…
– Nos faltan lideres verdaderos y carismáticos, que digan la verdad y que ellos la apliquen a sí mismos y luego a los demás. Muchos han llegado al poder con alianzas increíbles y sin tener carisma para dirigir al pueblo. Otros tenían carisma para entusiasmar al pueblo pero no eran honestos ni visionarios. Otros eran patriotas pero con palabras y no con hechos.
– ¿Se te ocurrió alguna vez volver a tu país para ayudar?
– Sí, soné que con volver al país. Pero para crear un movimiento como el de Akamasoa aquí en Madagascar se necesita toda una vida. La mentalidad de la gente cambia lentamente y la confianza no llega en seguida. Si no sería demasiado fácil .
Su historia en Argentina
Pablo Pedro Opeka nació en en 1948 en San Martín, provincia de Buenos Aires. Sus padres de origen esloveno fueron víctimas de una persecución comunista en la ex Yugoslavia, que los obligó a dejar sus tierras y venir a la Argentina. De ellos heredó su fe y la convicción profunda por sus creencias.
Luego de vivir en Caseros y Ramos Mejía, pasó su adolescencia en Lanús, donde comenzó a leer el Evangelio de una manera más profunda y se sintió impactado por la vida de Jesús. “A este hombre amigo de los pobres lo quiero seguir e imitar. Allí comenzó mi aventura humana y espiritual de ayudar a mis hermanos, los más pobres y olvidados”, recordó.
Estudió Filosofía en Lubljana y antes de completar sus estudios teológicos en Europa y ordenarse en el Santuario de Luján, decidió viajar a los 22 años al lugar donde hoy es su hogar. “Cuando llegué a Madagascar un 26 de octubre de 1970 me dije: ‘Aquí nací de nuevo'”, relató a LA NACION.
– ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones cuando llegaste ahí?
– Tuve que aprender todo de cero: la lengua, las tradiciones, sus costumbres, su mentalidad y su cultura, entre otras cosas. Cuando llegué a la ciudad donde iba a hacer mi primera experiencia tuve la impresión de haber llegado al final del mundo. Le pedí a Dios de poder salir vivo de ese lugar y escuchó mis plegarias. El lugar me pareció muy complicado y peligroso desde el punto de vista de la salud, pero siendo joven uno tiene mucho coraje y pasión para comprometerse por los más pobres.
– ¿Cuáles fueron las claves para que la gente de Madagascar confiara tanto en una persona que venía de otro país?
– No hay confianza que surja espontáneamente. Toda confianza hay que ganarla con el tiempo, con perseverancia, con paciencia y también con lágrimas. La gente me miraba y me tenía miedo, pero ese miedo se fue diluyendo poco a poco. Luego de 2 meses ya estaba jugando en el equipo de la ciudad donde vine a trabajar. Era centro delantero y, cuando hacíamos un gol, lo festejábamos junto con mis hermanos malagasy y esa euforia y alegría de abrazarse un blanco y un negro festejando el gol fue algo que comenzó a disipar los prejuicios ¡Negros y blancos somos todos iguales y todos hermanos!
– Vivir como ellos debió ayudar..
– Les sorprendió mucho que un blanco trabajara con una pala de punta o que levantara paredes con su cuchara de albañil. Comiendo lo que ellos comían y viviendo lo más cerca posible de su nivel de vida, he despertado la confianza y a partir de allí nació una amistad muy profunda. No todos los blancos son ricos, ni príncipes. Muchos tienen que trabajar duro para vivir. Fue el caso de mi familia y de mi historia personal. Mi padre me ha enseñado a trabajar con mis manos y se lo agradezco eternamente.
– ¿Qué fue lo que más te sorprendió de la vida en Madagascar?
– Su manera alegre de vivir y existir, sin apegarse a las cosas. Saben compartir las pocas riquezas que tienen y ser solidarios unos con otros, tienen un gran sentido de comunidad.
“Albañil de Dios”
A Pedro se lo ha apodado “Madre Teresa con pantalones”, “el Santo de Madagascar”, “Apóstol de la basura”, “Albañil de Dios”, entre otros por demás descriptivos apelativos. Su trabajo ha cambiado la vida de miles de personas que son perjudicados por los gobernantes, según le contó a LA NACION.
– ¿Qué cambió en Madagascar desde tu llegada?
– Una parte del pueblo que vivía en las calles de la Capital y en un basurero, había cambiado rotundamente el destino de sus vidas. Si antes eran los más pobres y excluidos, hoy viven una vida normal como cualquier ciudadano del país. Lamentablemente la situación social fue empeorando, haciéndose cada año más pobre por causa de sus gobernantes que solo se ocupaban de ellos y sus familias y habían olvidado totalmente a su pueblo, sus niños y jóvenes.
– Me imagino que fue muy difícil lograr eso..
– Para muchos era una misión imposible de convencer a las familias que vivían en las calles de abandonar ese lugar y comenzar una vida nueva en las colinas, pero lo estamos logrando. El cambio que les generamos a medio millón de pobres que han pasado en nuestros centros de rehabilitación fue inmenso y fue lo que nos hizo ser reconocidos en el mundo.
– ¿Cómo financian las obras que hacen? ¿Tienen ayuda del gobierno?
– La ayuda financiera viene de la buena voluntad de la gente. Fue muy difícil al comienzo convencer a los dadores de fondos y a la gente simple de que este movimiento de solidaridad en favor de los más pobres pudiera ser viable y realizable. Casi nadie creía en esto, incluso los pobres dudaban.
A través de los años, cuando vieron que nuestros pueblos comenzaban a surgir de la nada y que el pueblo de la calle quería salir de la pobreza con trabajo, el boca a boca ayudó a que mucha gente se vaya enterando del proyecto y empezó a llegar más ayuda. Porque cuando la gente sabe que su dinero llega realmente a los pobres, la gran mayoría quiere ayudar para vencer la pobreza y la exclusión de sus hermanos.
Su relación con el papa Francisco
Pedro conoció al papa Francisco y compartió con él en un par de oportunidades. Considera que es “un profeta para nuestro tiempo”. El 10 de diciembre pasado, el Vaticano premió su destacada labor solidaria al aplicar la doctrina social de la Iglesia.
– ¿Cómo fue tu primer encuentro con el papa Francisco?
– Tuve la suerte de ver al papa Francisco al tercer día de su elección. Fui a Roma invitado por el Embajador de Francia en Italia para levantar fondos para los niños de Akamasoa . De casualidad se dio que ambos eventos, el cónclave y mi testimonio en la Embajada Francia fueron en la misma semana. Antes de volver a Madagascar fui al Vaticano para comprar una estola como recuerdo de este papa argentino y allí encontré a un amigo que había visitado Akamasoa hacía unos años y me dijo: ‘Pedro, te voy a llevar y a presentar al papa Francisco’. Me llevó a la casa Santa Marta donde lo esperamos un momento y, cuando apareció, le pedí de rodillas la bendición para los pobres de Akamasoa. Me la dio de inmediato y luego le di un abrazo al estilo argentino. Fue un encuentro muy simple y sin fotógrafos pero muy fraternal.
– ¿Qué opinás de él como Papa?
– Pienso que el papa Francisco es un profeta para nuestro tiempo. Quiere volver al espíritu original del Evangelio y vivir de Cristo y por Cristo. Ser servidores y no señores. Ser amigos y no notables ni expertos. Formar parte del Pueblo de Dios y no ser élite separada de sus ovejas. El Papa desea que vayamos a las periferias, allí donde la gente sufre y sobrevive en la angustia y donde se vive con dolor y hasta se pierde el sentido de la vida. Francisco va a lo esencial, no quiere lo superfluo y lo artificial. En sus palabras y sus gestos transmite su simplicidad evangélica que vive y enseña. La vida es una lucha continua y la gracia y el amor de Dios nos acompañarán siempre para darnos fuerza, vitalidad y perseverancia en el arduo camino hacia el Reino de Los Cielos, que ya comienza aquí en esta tierra, cuando hay fraternidad, cuando se sabe compartir las riquezas, se sabe perdonar y cuando se desea y vive con todos en paz .
FUENTE: LA NACION